Sunday, April 17, 2016

La Doctrina del Espíritu Santo












EL ESPÍRITU SANTO:


                  SU PERSONA Y OBRA





                                                                                                        John Francis




Asignatura enseñada en el contexto de



EL CENTRO DE FORMACIÓN BÍBLICA DEL VALLÉS ORIENTAL



TABLA DE CONTENIDO

  • INTRODUCCIÓN A LA ASIGNATURA
  • LECCIÓN I   ¿QUIÉN ES EL ESPÍRITU SANTO?
  • LECCIÓN II   EL ESPÍRITU SANTO ANTES DE PENTECOSTÉS
  • LECCIÓN III    LA INSPIRACIÓN DE LAS ESCRITURAS
  • LECCIÓN IV  LA OBRA DEL ESPÍRITU SANTO Y LA SALVACIÓN (I)
  • LECCIÓN V  LA OBRA DEL ESPÍRITU SANTO Y LA SALVACIÓN (II)
  • LECCIÓN VI  ANDAR EN EL ESPÍRITU - I
  • LECCIÓN VII   ANDAR EN EL ESPÍRITU (II)
  • LECCIÓN VIII   ANDAR EN EL ESPÍRITU (III)
  • LECCIÓN IX      EL ESPÍRITU SANTO Y LA IGLESIA (I)
  • LECCIÓN X     EL ESPÍRITU SANTO Y LA IGLESIA (II)
  • LECCIÓN  XI  EL TESTIMONIO DEL ESPÍRITU SANTO
  • LECCIÓN XII   LA ORACIÓN POR EL ESPÍRITU SANTO
  • LECCIÓN XIII   EL ESPÍRITU SANTO Y LA MÚSICA
  • LECCIÓN XIV    EL ESPÍRITU SANTO Y EL FUTURO


INTRODUCCIÓN A LA ASIGNATURA


LA IMPORTANCIA DE LA DOCTRINA DEL ESPÍRITU SANTO

            Charles Hodge afirma: “Igual podríamos borrar de la Biblia el nombre y la doctrina de Dios que el nombre y el oficio del Espíritu."  El Espíritu Santo es igualmente prominente en todas partes de la Biblia.  Su intervención no aparece en ocasiones aisladas, como la aparición de los ángeles, o las teofanías, de las que se mencionan esporádicamente en la Biblia.  Lo vemos descrito más bien como presente y operando en todas partes.  En el Nuevo Testamento, el Espíritu Santo se menciona unas trescientas veces.  Su importancia radica también en las relaciones que él mantiene con el pueblo de Dios tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.  Él da muchos dones importantes a la Iglesia;  tanto el creyente como la Iglesia dependen de él; es Él que aplica la redención con todos sus frutos al creyente; la doctrina del Espíritu Santo está involucrada en la doctrina de Cristo.

            En esta asignatura no podremos evitar de tocar los temas de la persona y obra de Cristo, la Inspiración de las Escrituras, y mucho más.  De alguna manera, creo que no sería extravagante afirmar que todas las doctrinas de la fe cristiana están relacionadas en alguna manera con la doctrina de la persona y obra del Espíritu Santo.

            Por esta razón, es indispensable que sepamos qué es lo que la Biblia enseña acerca del Espíritu Santo, tanto en cuanto a su naturaleza como en cuanto a su oficio.

            Se recomienda fuertemente al alumno de esta asignatura que lea, durante el curso, el libro “LA PERSONA Y OBRA DEL ESPÍRITU SANTO”, por René Pache, editado por CLIE.

            Sólo para ver la importancia de la doctrina del Espíritu Santo en un tema que nos interesa continuamente, miraremos la relación del Espíritu Santo con la evangelización, tal como lo presentó José Borras en el Congreso Ibérico sobre la Evangelización.

                                   EL ESPÍRITU SANTO EN LA EVANGELIZACIÓN
                                              (Congreso Ibérico sobre Evangelización)
                                                                                                                             Prof. D. José Borrás

            Nadie puede leer el libro de los Hechos sin llegar a la plena convicción de que hay alguien obrando tras aquellos hombres y mujeres que, unidos en una fraternidad jamás vista anteriormente sobre la tierra, proclaman con tal entusiasmo y fervor el mensaje de Jesús, que son capaces de conmover y cambiar el mundo.  Es el Espíritu Santo que fortalece, ilumina y guía a esos valientes ganadores de almas, a la vez que hace que Cristo sea real en sus vidas.

            Tan destacado lugar ocupó el Espíritu Santo en la evangeliza­ción de la iglesia primitiva que, con razón, algunos han llamado el libro de Hechos "los Hechos del Espíritu Santo".   (Vemos, en el bosquejo de sermón a continuación, algunas de las actividades del Espíritu en el libro de los Hechos en lo que se refiere a la evangelización:)

I                      Su Dirección
1        Felipe a Samaria (8:5,8)
2        Felipe con el eunuco de Etiopía (8:39)
3        Pedro en casa de Cornelio, hacia el mundo de los gentiles (10:19ss)
4        El envío de Pablo y Bernabé, primeros misioneros comisio­nados (13:2,4)
5        El concilio de Jerusalén para que no pusieran obstáculos a la entrada de los gentiles en la iglesia (15:28)
6        Los sucesos que condujeron a Pablo y su equipo a entrar en Europa (16:6,7).
7        En otras palabras: fue directamente bajo la guía e influencia del Espíritu Santo el que nosotros seamos cristianos hoy en día.

II                   Su Poder
1        No podían empezar a evangelizar antes de que viniera (1:4,5, 8)
2        Es él que redarguye a los pecadores y regenera a los arrepentidos (Jn. 16:8)
3        Jesús sabía que a pesar del entusiasmo de los testigos, después de haber visto tantos milagros, además de la resurrección, eso no bastaba: era necesario el Espíritu Santo para evangelizar (1:4,5, 8)
4        Lo que recibieron en el día de Pentecostés revolucionó sus vidas y les dotó de poder para ser testigos efi­cientes
5        Convirtió su cobardía en heroicidad (Pedro)
6        Ejemplo del embajador de Federico de Prusia en Ingla­terra:  su rey era tacaño, y su atavío era más pobre que los demás embajadores.  Pero su rey le recordó que estaba respaldado por cien mil soldados prusianos.  El atavío más rico era inútil sin tal respaldo.  Así, embajadores de Cristo, no importa lo que tenemos, si estamos respal­dados por todo el poder del cielo en el Espíritu Santo.  Todo otro esfuerzo humano resulta vano.
7        Error de muchas campañas evangelísticas: demasiado énfasis en maquinaria y propaganda y excelente organiza­ción: demasiado poco énfasis en el poder divino.
8        "Estas personas han revolucionado el mundo" (Hch. 17:6)

III                El Espíritu Santo y el Mensaje
1        Aun en el Antiguo Testamento fue el Espíritu Santo quien dio el mensaje y envió al mensajero (Ez. 11:5; Ez. 2:2)
2        Dio la sabiduría a los hombres en Hechos, para saber qué decir  (4:8,31; 6:10; 7:55; 13:9).
3        Conforme a la promesa de Jesús (Mt. 10:20).
4        El mensaje del Espíritu Santo:  siempre una proclamación acompañada de una invitación
5        Glorificando a Jesucristo
6        Presentando a Cristo como Señor
7        Exponiendo la doctrina de la justificación por la fe
8        Con la invitación  (Ap. 22:17; Mt. 11:28; Hch. 2:38; 3:19).

Cuestión para meditar:
Puesto que en el Libro de los Hechos se manifiesta abiertamente la influencia del Espíritu Santo en la evangelización, interviniendo visiblemente en muchos casos, ¿necesitaremos nosotros manifesta­ciones externas para estar seguros de que somos guiados por él y de que nuestro mensaje es inspirado por el Espíritu Santo?


LECCIÓN I   ¿QUIÉN ES EL ESPÍRITU SANTO?


            Es imposible entender algo de la persona del Espíritu Santo sin ver primero la doctrina de la Trinidad, puesto que él es la tercera Persona de la Trinidad.

            Examinaremos primero lo que dice Loraine Boettner sobre la doctrina de la Trinidad:

            LA DOCTRINA DE LA TRINIDAD

            Esta doctrina se considera la más misteriosa y la más difícil que se nos presenta en toda la Escritura.  Sólo podemos conocer sobre la deidad lo que se nos presenta en las Escrituras: nada más.  La tri-personalidad de Dios es una verdad que viene exclusivamente de revelación, fuera del reino del razonamiento.  No es que no sea razonable, sino que no se puede descubrir o entender por medio del razonamiento.

La Biblia revela que hay:

Un solo Dios:  "Oye, Israel: El Señor nuestro Dios, el Señor uno es" (Dt. 6:4)   "Así dice el Señor Rey de Israel, y su Redentor, el Señor de los ejércitos: yo soy el primero y yo soy el postre­ro, y fuera de mí no hay Dios" (Is. 44:6)  "Yo y el Padre uno somos", dijo Jesús (Jn. 10:30).  "Tú crees que Dios es uno; bien haces"  (Stg. 2:19).  "Sabemos que un ídolo nada es en el mundo, y que no hay más que un Dios" (1 Co. 8:4)  "un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos" (Ef. 4:5-6).  "Yo soy el Alfa y el Omega, el principio y el fin, el primero y el último" (Ap. 22:13).  Desde Génesis hasta Apocalip­sis se declara que Dios es uno.  Esta doctrina está a la base de toda otra doctrina.

Un Dios en tres personas:

El Padre es Dios        1 Co. 8:6; Gá. 1:1; Ef. 4:6;  Mt. 11:25; 1 P. 1:2; Fil. 2:11; Jn. 20:17...

El Hijo es Dios           Ro. 9:5; Col. 2:9; Jn. 20:28; Jn. 1:1, 14.  (Puesto que no estamos estudiando la cristología, no nos extendere­mos como podríamos hacerlo en las pruebas de la divini­dad de Cristo: sus atributos, sus obras, etc.)

El Espíritu es Dios     Hch. 5:3,4;  1 Co. 2:11; 

El Espíritu lleva nombres divinos
Espíritu de Dios, Espíritu del Señor, Espíritu del Padre, Espíritu de Jesús, el soplo del Omnipotente, etc.  (véase René Pache, pág. 10)[1].  Cuando se le llama "Espíritu de Dios", esto quiere decir que es la persona de Dios.  1 Co. 2:11 establece de una manera clara que, como el hombre y su espíritu forman una sola y misma persona, Dios y su Espí­ritu son también uno: "Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espí­ritu del hombre que está en él?  Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios".

El Espíritu tiene atributos divinos, tal como:
Omnisciencia (1 Co. 2:10-11);
Omnipresen­cia (Sal. 139:7 y Jn. 14:17);
Omnipoten­cia (Zac. 4:6); 
Es el Espíritu que crea (Job 33:4 y Sal. 104:30);
Verdad (1 Jn. 5:6). 
Es Espíritu de vida, Ro. 8:2, como Dios es el Dios vivo. 
Es Espí­ritu de amor, 2 Ti. 1:7, como Dios es amor. 
Es Espíritu de sabiduría 2 Ti. 1:7, como Dios es el único sabio (Ro. 16:27).


Los tres miembros de la Trinidad son personas distintas:

            En los términos "Padre", "Hijo", y "Espíritu", no se trata simplemente de las diferentes relaciones que Dios asume hacia sus criaturas.  No son análogas, por ejemplo, a los términos Creador, Preservador, y Bienhechor, que sí expresan tales relaciones, pero son más bien nombres propios de distintos sujetos que son tan distintos los unos de los otros como lo puede ser una persona de otra.  Esto se ve de las relaciones personales que tienen el uno con el otro:

            Utilizan mutuamente pronombres propios "Yo", "tú", "él" cuando hablan el uno del otro, o el uno al otro (Mt. 17:5; Jn. 17:1; Jn. 16:28; y "Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir" Jn. 16:13).

            El Padre ama al Hijo, y el Hijo ama al Padre (Jn. 3:35; 15:10; 16:14).

            El Hijo ora al Padre (Jn. 14:6; 17:5).

            El Padre envía al Hijo, y el Padre y el Hijo envían al Espíritu Santo (Mt. 10:40; Jn. 17:3, 18).  "Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho" (Jn. 14:26).  "Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré" (Jn. 16:7).

            La doctrina de la Trinidad es, pues, que hay un solo Dios; que el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo son, cada uno, Dios; y que el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo son, cada uno una persona distinta.  Esto es la doctrina que hallamos en las Escrituras, y que se ha expresado en los credos históricos de la Iglesia.

            Si el propósito de nuestro estudio fuera examinar la cuestión de la Trinidad como tal, y no simplemente una de sus personas: el Espíritu Santo, entonces buscaríamos muchas más pruebas, hasta en el Antiguo Testamento, con sus nombres y pronombres plurales para Dios, la aparición del Ángel del Señor, etc.

            Podemos, sin embargo, para nuestro estudio, examinar la presencia en el Antiguo Testamento del Espíritu Santo.  En ninguna parte del Antiguo Testamento se menciona específicamente que el Espíritu Santo es una persona, pero se habla de él en términos que podrían aplicarse a una persona.  Una lista breve de estas referencias son: (que el alumno rellene las líneas)

Isaías 40:13     "¿Quién enseñó al Espíritu del Señor, o le aconsejó enseñándo­le?
Nehemías 9:20                                                                                                                  
Génesis 6:3                                                                                                                                 
Salmos 51:11                                                                                                                    
Salmos 139:7                                                                                                                    
Isaías 63:7-11                                                                                                                                                                                                                                                                             
                        Es interesante que en este último pasaje vemos cómo se contrista (o enoja) al Espíritu, y dos veces se llama el Santo Espíritu.

            Mucha oposición a la doctrina de la Trinidad surge de una comprensión errónea de la doctrina.  No decimos que un Dios son tres Dioses; ni que una persona son tres personas, ni tampoco que tres Dioses son un Dios.  Dios no es tres en el mismo sentido en que es uno.  Esto sería absurdo al punto de vista matemático.  La doctrina de la Trinidad afirma más bien que dentro de una divina substancia, o esencia, existen tres centros de conocimiento, conciencia, amor, y voluntad, que se relacionan mutuamente.  Aunque hay tres centros de conocimien­to, conciencia, amor, y voluntad, cada una de las personas posee la única invisible substancia incorpórea de la Deidad, teniendo los atributos y poderes inherentes de ella, y teniendo, por tanto, el mismo conocimiento, sabiduría, poder, santidad, justicia, bondad, y verdad infinitos.  Colaboran juntos perfectamente, lo que nos justifica en decir que las tres personas de la Trinidad obran con una mente y una voluntad.

            Junto con la doctrina de la Trinidad, vemos las de la generación eterna del Hijo, y de la Procesión del Espíritu Santo.  En cuanto a la primera, nos limitaremos a traducir la definición del teólogo A.A. Hodge de la "generación del Hijo" (citado por Loraine Boettner), y el comentario de Boettner sobre esto.

            La doctrina de la generación eterna del Hijo la presenta como: "un acto personal del Padre, en que, por necesidad de naturaleza, no por elección de la voluntad, genera la persona (y no la esencia) del Hijo, comunicán­dole toda la substancia indivisible de la Deidad, sin división, alienación, ni cambio, resultando en que el Hijo sea la imagen expresa de la persona de Su Padre, y sigue siendo, eternamente, no del Padre, sino en el Padre, y el Padre en el Hijo".  Si éste parece confuso al estudiante, que no se preocupe: Boettner hace resaltar la dificultad de esta doctrina, puesto que si el Padre es quien originó al Hijo y al Espíritu, entonces se ha hecho al Hijo y al Espíritu dependiente de otro como siendo la causa principal, y hemos destruido así la verdadera igualdad esencial entre las Personas de la Trinidad.  Boettner cita a Calvino, en sus Institutos:  "Pero, estudiando la edificación de la Iglesia, he pensado mejor no tocar a muchas cosas, que serían una carga innecesaria al lector, sin darle ningún provecho.  Porque ¿qué provecho habrá en discutir la cuestión de si el Padre está generando continuamente?  Porque es cosa necia imaginar un acto continuo de generación, siendo claro que las tres personas de la Trinidad han existido desde toda la eternidad."  (Institutos, Tomo I, Capítulo 13).

            La Procesión del Espíritu Santo se ha entendido generalmente como designando "la relación que la tercera persona de la Trinidad sostiene con la primera y la segunda, en que por un acto eterno y necesario, no voluntario, del Padre y del Hijo, toda su esencia idéntica divina, sin alienación, división, ni cambio, se comunica al Espíritu Santo" (Dr. A.A. Hodge, Outlines in Theology, pág. 189). El único texto utilizado para apoyar esta doctrina es Juan. 15:26: "Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí".  Los eruditos son divididos en cuanto a lo que este texto enseña.  ¿Significa que su Persona origina como resultado de un proceso inescrutable pero eterno y necesario dentro de la Deidad?  ¿O se refiere más bien simplemente a su misión en el mundo al venir y aplicar la redención que Cristo nos ha conseguido?  Boettner aboga por el segundo significado, y nos parece que acierta.

La doc­trina de la Proce­sión del Espíritu fue la ocasión inme­diata de la división entre la Iglesia Occidental y la Igle­sia Oriental.  La Iglesia Ortodoxa Griega insistió en que el Espíritu procedía del Padre solo, mientras la Igle­sia Romana insis­tía en que procedía del Padre y del Hijo.  Pero las pruebas de tal doctrina son dema­siado limi­tadas, y su significado demasiado oscuro, para justi­ficar la divi­sión eclesiás­tica que resultó de ella.
     Lo importante es que, den­tro de la vida esencial de la Trinidad, no hay una persona que anteceda a otra, ni que proceda de otro, ni que sea generado por otro.  La prioridad y subordina­ción que encontramos en la crea­ción, la redención, y la santi­ficación, no se relacionan a la Trinidad inmanente, sino en el sentido de economía, o dispensa­ción.

            Citemos, en conclusión, lo que dice el Credo de Atanasio sobre la Trinidad: “Adoramos a un Dios en trinidad, y trinidad en unidad.  Ni confundiendo las Personas, ni dividiendo la sus­tancia.  Porque la persona del Padre es una; la del Hijo, otra; la del Espíritu Santo otra.  Pero la divinidad del padre, y del Hijo y del Espíritu Santo es una, igual la gloria, igual la majestad.  Así como es el Padre, así es el Hijo, y así es el Espíritu Santo.  El Padre es increado, el Hijo es increado, y el Espíritu Santo es increado.  El Padre es infinito, el Hijo es infinito, y el Espíritu Santo es infinito. El Padre es eterno, el Hijo es eterno, y el Espíritu Santo es eterno.  Pero no hay tres Seres eternos, sino un Ser eterno.  Y sin embargo no hay tres Seres increados, ni tres Seres infinitos, sino un Ser increado e infinito.  De la misma manera, el Padre es omnipotente, el Hijo es Omnipotente, y el Espíritu Santo es omnipotente.  Y sin embargo no hay tres Seres omnipotentes, sino un Ser omnipotente.  Así el Padre es Dios, el Hijo Dios, y el Espíritu Santo, Dios.  Y sin embargo no hay tres Dioses sino un solo Dios.  El Padre es Señor, el Hijo es Señor, y el Espíritu Santo es Señor.  Sin embargo no hay tres Señores, sino un solo Señor.  Porque como somos impulsados por la verdad cristiana a confesar a cada persona de manera distintiva como siendo Dios y Señor, tenemos prohibido por la religión Católica decir que haya tres Dioses o tres Señores."

            Loraine Boettner cita a Charles Hodge, que dice: “Es concebible que un Dios Unitario, de una sola persona, hubiera existido, y, haber sido revelado como tal, habría sido nuestro deber de haber reconocido su soberanía.  Pero, sin embargo, siempre habría permanecido totalmente inconcebible para nosotros - un ser consciente solo, sin compañero; un sujeto sin objeto; una persona consciente sin ambiente; un ser justo sin comunión ni relación moral ni esfera para actuar en justicia.  ¿Dónde habría para él una esfera de amor, verdad, confianza, o sentimiento de simpatía?  Antes de la creación, oscuridad eterna; después de la creación, sólo una partida sin fin de solitario, con mundos sirviendo por peones en un juego de ajedrez."


            LA PALABRA "ESPÍRITU": DEFINICIONES Y EXPLICACIONES:

            Derivados en el Nuevo Testamento, y el Significado de su Raíz

pneuma [pneûma] espíritu
pnew [pnéo] soplar
pnoh  [pnoé] aliento, soplo, viento
ekpnew [ekpnéo] exhalar, expirar
empnew [empnéo] respirar, jadear
pneumatikwV [pneumatikós] espiritual
qeopneustoV [theópneustos] inspirado por Dios

La raíz griega pneu [pneu], de la que se deriva el concepto novotestamentario de espíritu, expresa un movimiento del aire cargado de energía.  Entre sus derivados, pnéo significa soplar, insuflar, refiriéndose al viento, al aire en general, y también a instrumentos músicos; respirar, en el sentido de estar vivo; exhalar (también se dice de un fuego que echa chispas);  irradiar ira, valentía, o bondad.  pneuma es el término en el Nuevo Testamento para designar el espíritu, y se deriva de la raíz, añadiendo el sufijo -ma(ma), e indica lo que resulta de esta acción; el aire en movimiento como una sustancia especial que adquiere un poder efectivo a través de este movimiento.  El significado primario de pneuma es viento, soplo.

La palabra se encuentra también en inscripciones y papiros helenísticos, con el sentido de ser espiritual, demonio.

En los LXX (septuaginta), el equivalente hebreo de pneûma es casi exclusivamente ruachRuach designa en primer lugar el hecho sorprendente de que se mueva lo inaprehensible, el aire; por otra parte, lo que llama la atención no es tanto este movimiento mismo como el dinamismo que en él se manifiesta.  Podríamos decir que el significado fundamental es soplo.  El derivado qeopneustoV [theópneustos] sólo aparece una vez en el Nuevo Testamento, en el texto de 2 Ti. 3:16, como adjetivo a "toda la Escritura", que, por oposición a la sabiduría humana, es caracterizada como inspirada por Dios.  En los Evangelios sinópticos, se halla con frecuencia la palabra pneûma como sinónimo de "demonio", general­mente con el adjetivo "inmundo" (espíritu inmundo").

            Según Charles Hodge, el sentido propio de "ruach" y "pneuma" se emplean en varios sentidos.  El Señor se refiere a su sentido propio de viento cuando dice "el pneuma sopla donde quiere" en Juan 3.  Por extensión se refiere a cualquier poder invisible;  luego de agentes inmateriales e invisibles (alma, ángeles); luego de Dios mismo, que es Espíritu; y, en la revelación del Nuevo Pacto, a la tercera Persona de la Trinidad, el Espíritu Santo.  Él se llama así para designar su naturaleza y su obra.  Es santo en su propia naturaleza, y es la causa de la santidad en las criaturas. Lo vemos llamado también Espíritu de verdad, Espíritu de sabiduría, Espíritu de paz, Espíritu de amor, y Espíritu de gloria.

EL USO DE LA PALABRA pneuma [PNEÛMA] POR PABLO.  

Si al estudiante le interesa, puede leer más detalles sobre este tema en el DICCIONARIO TEOLÓGICO DEL NUEVO TESTAMENTO VOL. II, por Lothar Coenan, Erich Beyreuther, y Hans Bietenhard (traducción: Ediciones Sígame), pág. 136ss.

Pablo utiliza la palabra para:
1.      el "espíritu del hombre", el "yo" en sus intenciones, sentimientos, y conocimiento, o autoconciencia, al cual el Espíritu de Dios da testimonio (Ro. 8:15-16; 1 Co. 2:11);
2.      el Espíritu de Dios como persona (Ro. 8:16; 1 Co. 2:10);
3.      el Espíritu de Dios como don otorgado a los hombres (Ro. 5:5; 1 Co. 2:12);
4.      una dimensión, caracterizada por las preposiciones en [en], "en", y kata[kata], "según" (Ro. 2:29).

El apóstol presenta, en la Epístola a los Romanos, en las epístolas a los Corintios, y en Gálatas, dos contraposiciones al concepto de espíritu:

1)      El "espíritu" en contraste a la "carne" (Ro. 8:2-13; Gá. 5:17-18).
a)      el hombre, y su modo de ser, en contraste a Dios y su acción (Gá. 3:2-5; Fil. 3:3)
b)      el construir la vida sobre las acciones que dependen de nosotros, en contraste a construirla sobre el mensaje de la fe (lo que Dios lleva a cabo dentro de nosotros).

2)      El antiguo pacto de la ley y el nuevo pacto del Espíritu (2 Co. 3)
a)      la ley v. la gracia
b)      uno conduce a la muerte; la otra trae vida
c)      uno implica esclavitud; la otra es libertad.

EL ESPÍRITU SANTO: ¿UNA PERSONA?

            En el Diccionario Teológico del Nuevo Testamento, no se trata la cuestión de la personalidad del Espíritu Santo, pero a veces uno se puede preguntar, al leer las explicaciones, si se ve al "Espíritu Santo" como siendo una persona, o si los autores lo ven como siendo sólo una fuerza impersonal.

            En el libro de René Pache, LA PERSONA Y LA OBRA DEL ESPÍRITU SANTO, el autor trata esta cuestión en el capítulo primero.  Hay un gran número de referencias bíblicas que demuestran que el Espíritu Santo obra como una persona, que tiene los atributos de una persona, que los nombres que se dan revelan su personalidad, que se le trata como a una persona, y que Jesús habla de él con el pronombre masculino.  Sería importante que el estudiante estudie estos textos mencionados en el capítulo, y que conserve en la memoria algunas referencias, al menos, para cada una de estas pruebas.

            Hodge menciona que la personalidad del Espíritu Santo ha sido creído por la Iglesia desde sus principios.  Aun durante el período caótico de la teología, (durante la cual las grandes confesiones de fe fueron redactadas en respuesta a las numerosas doctrinas falsas que surgían), pocos se opusieron a la doctrina de la personalidad del Espíritu Santo.   Hodge insiste en que si el Espíritu es presentado como una persona en el Nuevo Testamento, es también una persona en el Antiguo Testamento.  El mismo Espíritu que movió sobre la faz de las aguas, que vino sobre Moisés, etc., es el Espíritu que vino en los 120 en el día de Pentecostés, que formó la Iglesia de Cristo, que es el Consolador, etc.

            La oposición más conocida a la personalidad del Espíritu Santo viene de la secta llamada "Testigos de Jehová".  Dicen lo siguiente sobre el Espíritu Santo:

"... El espíritu santo es la fuerza activa invisible del Dios Todopoderoso que mueva a sus servidores para que hagan su voluntad" (Let God be True, pág. 108).
"... El "Espíritu Santo" es la fuerza activa de Dios... no hay base para concluir que el Espíritu Santo sea una Persona..." (pág. 24) (También en un artículo de The Watch Tower, 1 enero, 1953)
"Lejos de enseñar la igualdad con Jehová, las Escrituras demuestran que el espíritu santo ni siquiera es una persona."  (The Watch Tower, 15 julio, 1957).
"El hecho es que la verdad sobre el espíritu santo ha sido oscurecida por los prejuicios de los traductores de la Biblia" (The Watch Tower, 15 julio, 1957).
"... El espíritu santo de Dios no es un Dios, no es miembro de una trinidad, no es coigual, ni siquiera es una persona... es la fuerza activa de Dios, no el poder de Jehová permaneciendo dentro de él mismo, sino su energía cuando esto es proyectado fuera de él mismo... no es una fuerza ciega, descontrolada, como las fuerzas de la "naturaleza", el rayo, los huracanes, etc., sino... está en todo tiempo bajo su control... y por tanto puede asemejarse a un rayo de radar" (The Watch Tower, 15 julio, 1957).[2]

            Walter Martin, que nos da esta información en su libro "The Kingdom of the Cults" escribe: “Aunque sea rudimentario para cualquier estudio de la Biblia, la Personalidad y Deidad del Espíritu Santo ha de ser defendido constantemente contra los ataques de la Atalaya.  La Atalaya niega su Personalidad y su Deidad, pero las referencias siguientes, unos pocos de los muchos que hay en las Escrituras, refutan por completo su posición:

El lector se pregunta, posiblemente, si la traducción de la Biblia hecha por los "Testigos de Jehová" sería igualmente clara en cuanto a esto.  Se puede ver, a continuación, las citas en la versión "Traducción del Nuevo Mundo"
Hechos 5:3,4,  "Ananías, ¿por qué te ha envalentonado Satanás a tratar con engaño al espíritu santo y a retener secretamente parte del precio del campo?  ... No has tratado con engaño a los hombres, sino a Dios".  (¿Acaso se puede engañar a una fuerza impersonal?)
Hechos 13:2,4,  "Mientras ellos estaban ministrando... el espíritu santo[3] dijo:... esos hombres, enviados por el espíritu santo..."
Hechos 21:10,11, "... Así dice el espíritu santo: ...."
Juan 14:16, 17, "Y yo pediré al Padre, y él les dará otro ayudante que esté con ustedes para siempre, el espíritu de la verdad, que el mundo no puede recibir..."
Jn. 14: 26, "Mas el ayudante, el espíritu santo, que el Padre enviará en mi nombre, ése les enseñará todas las cosas y les hará recordar todas las cosas que les he dicho."
Jn. 16:13-14  "Sin embargo, cuando llegue aquél, el espíritu de la verdad, él los guiará a toda la verdad, porque no hablará por su propio impulso, sino que hablará las cosas que oye, y les declarará las cosas que vienen.  Aquél me glorificará porque recibirá de lo que es mío y se lo declarará a ustedes."
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1)      En Hechos 5:3,4, Pedro acusa a Ananías de haber mentido al Espíritu Santo, y en el v. 4 afirma que el Espíritu Santo es Dios, algo que la Atalaya en­cuentra muy difícil de ex­plicar, y aún más de negar.  ¿A quién se puede mentir sino a una persona?
2)      Hechos 13:2,4,  En el con­texto, el Espíritu Santo habla y envía, como lo hace también en Hechos 21:10,11, al predecir el encarcela­miento y juicio de Pablo.  Sólo una Personalidad puede hacer estas cosas, y no "una fuerza invisible, ac­tiva", como lo describen los Testigos de Jehová.
3)      Finalmente, referencias tales como Juan 14:16, 17, y 26, y 16:7-14 no necesi­tan comentario.  Él es una Persona divina, y él es Dios.[4]


            ¿Qué es una persona?  Hodge afirma que una persona tiene inte­ligencia, voluntad, y autosubsis­tencia indi­vidual.  Podríamos añadir a esto que una persona tiene autoconcien­cia, es decir, es consciente de sí mismo.   Si podemos demostrar que todo esto se atribuye al Espíritu, entonces no se podrá negar que el Espíritu Santo es una persona.

            Para considerar el uso de pronombres personales, al hablar del Espíritu, tendremos que refe­rirnos al griego, en que hay una clara diferencia entre el pro­nombre personal masculino y el neutro.  Por ejemplo el pronombre masculino personal "él", o "aquél" es  ekeinoV, mientras el equiva­lente neutro es ekeino. Jesús dice en Jn.15:26, "Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os en­viaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él, ekeinoV, dará testimonio acerca de mí".  Si el Espíritu fuera una cosa, una fuerza impersonal, sería ekeino, puesto que sirve de pro­nombre refiriéndose al nombre "espíritu" (to pneuma) que es neutro. En Jn. 16:13, 14, vemos lo mismo, esta vez sin mencionar el parakleto, sólo el Espíritu (neu­tro), con el pronombre per­sonal masculino para referirse a él. Es interesante que el Espíritu Santo mismo, al hab­lar, utiliza el pro­nombre personal demostrando su autoconciencia.  En Hechos 13:2  leemos "Dijo el Espí­ritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado", - el Espíritu habla en la primera persona, como una persona. 

            El hecho que el Espíritu Santo es objeto de nuestra fe significa también que es una per­sona.  En Mt. 28:19, vemos que somos bautizados "en el nombre" del Espíritu Santo.  Así reconocemos, en el bautismo, al Espíritu como reconocemos al Padre y al Hijo, y nos ligamos tanto al uno como a los otros.  En 1 Co. 1:13 Pablo afirma que los corintios no fueron bautizados "en el nombre de Pablo", significando su persona.  Sin embargo, en 1 Co. 10 dice que el pueblo de Israel fue bautizado en Moisés, porque eran discípulos de Moisés, mientras los cristianos del Nuevo Testamento no eran dis­cípulos de Pablo, sino del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo.  Así se reconoce en el bautismo que el Espíritu Santo es una persona tan distintiva como se reconoce la personalidad del Hijo, o del Padre.   Además, los cristianos reciben los dones por parte del Espíritu.  Él los imparta (1 Co. 12:11).  Es un agente de las gracias de Dios.  En Ef. 4:30, vemos que podemos "contristar" al Espíritu Santo.  En la bendición apostólica de 2 Co. 13:14, vemos mencionada "la comunión del Espíritu Santo".  Así el Espíritu Santo puede actuar hacia nosotros, dándonos dones, como puede ser objeto de nuestras acciones: lo podemos contristar, ofender, y con él podemos tener comunión (relación personal).  El hecho que es nuestro maestro (para enseñarnos), nuestro consolador, nuestro guía, es una serie de relaciones personales que él tiene con nosotros.  Hasta nos llama a la salvación, y al ministerio.  Aun los pastores u obispos de la Iglesia son establecidos por el Espíritu Santo.  Nada de esto implica un ser, o poder, impersonal.  Es interesante notar que no sólo demuestra estos atributos personales, sino los demuestra de una manera que distinga su personalidad de la del Padre.  Según 1 Co. 2:10,12, es el Espíritu de Dios que conoce las cosas de Dios.

            Vemos que el Espíritu escudriña, selecciona, revela, y reprueba.  Estas acciones implican inteligencia y voluntad personal.  Continuamente en las Escrituras leemos que "el Espíritu dice" o "El Espíritu dijo".  No son pasajes excepcionales: son la regla.  Ya hemos visto Hechos 13:2 y 21:11.  A estos se puede añadir 1 Ti. 4:1, y muchos más. 


EL ESPÍRITU SANTO: ¿ES DIOS?

            Es aún más fácil establecer que el Espíritu Santo es Dios.  (Véase René Pache, pág. 13-16). Ha habido poca disputa en la Iglesia sobre este tema.  Aun en el Antiguo Testamento, todo lo que es atribuido a Dios se atribuye también al Espíritu.  En el Salmo 139, la presencia del Espíritu de Dios es equivalente a la presencia misma de Dios.  En el Nuevo Testamento, cuando se refiere a lo que dice Dios en el Antiguo Testamento, se le atribuye al Espíritu  (Hch. 28:25, por ejemplo). También, el hecho que el Espíritu Santo mora en los creyentes significa que son templo de Dios (Ef. 2:22; 1 Co. 6:19).  Ya hemos visto, cuando tratamos de la doctrina de los "Testigos de Jehová", en qué manera Ananías, al mentir al Espíritu, mentía a Dios (Hch. 5:1-4).  Sus obras de creación, regeneración, inspiración, como santificador y guía de la iglesia, y como vivificador de nuestros cuerpos mortales, son todas obras de Dios (Gn. 1:2; Jn. 3; Ro. 8:11).  En el bautismo se le menciona en igualdad con Dios el Padre y Dios el Hijo (Mt. 28:19).




LOS SÍMBOLOS DEL ESPÍRITU SANTO

1)      Soplo, o Viento     Job 32:8; Ez. 37:9; Jn. 3:8

2)      Paloma    Lc. 3:22 (Gn. 8:8-12)

3)      Aceite   Lc. 4:18; He. 1:9; Mt. 25:5; Zac. 4:2-14

4)      Fuego    Hch. 2:3-4; Lv. 10:2; Mal. 3:2,3
(Me parece que el fuego de que habla Juan el bautista en Mt. 3:11 y Lc. 3:16,17 no es el Espíritu Santo, sino el juicio: Juan está diciendo que los unos serán bautizados de fuego; los otros serán bautizados del Espíritu.)

5)      Agua viva     Jn. 4:14; 7:38,39; Is. 44:3; Ex. 17:6 con 1 Co. 10:4

6)      Sello    Ef. 1:13; 4:30; 2 Co. 1:22;  (Para significado de sello, véase Jer. 32:9,10)

7)      Arras    Ef. 1:13-14;  2 Co. 1:21,22
           


LECCIÓN II   EL ESPÍRITU SANTO ANTES DE PENTECOSTÉS


     El bosquejo siguiente nos muestra cómo el Espíritu Santo operó antes del Pentecostés: en el tiempo descrito por Antiguo Testamento, y durante la vida de Jesús.

1)      El Espíritu Santo operó en el Antiguo Testamento.
a)      En la creación
b)      En el corazón de los hombres bajo el Antiguo Pacto
(1)   Pregunta: ¿Fue distinto de su obra en el corazón de los hombres bajo el Nuevo pacto?  Sabemos muy poco sobre cómo operaba el Espíritu Santo en el Antiguo Testamento, pero sabemos que estaba allí, con un papel muy importante. ¿Fue tan distinto de ahora? Se sugiere que:
(2)   No se daba a todos los hombres.  (Sin embargo, tampoco bajo el Nuevo Pacto.  Sólo a los creyentes.)
(3)   El Espíritu podía ser dado temporalmente y ser retirado.  (Podía tratarse de algún don;  o se podía retirar la comunión del Espíritu, como ahora también).
(4)   Era una obra incompleta
ii)      (En el sentido de que el Espíritu no les bautizó en el cuerpo de Cristo.  Se hace mucho caso del hecho que el Espíritu se menciona a menudo como estando "sobre" alguien.  Sin embargo, el mero hecho de que a veces se dice que está "en" alguien, y que personas sean "llenos" del Espíritu, quita la validez de este argumento.  El Espíritu puede estar "sobre" una persona y "en" una persona a la vez.)
iii)    Se menciona que el Espíritu operaba sobre el conjunto del pueblo de Israel sin hacer un solo cuerpo de ellos.  Sin embargo, Israel es una nación.  Una nación escogida de Dios, pero todavía una nación.  Nada hay para negar que el Espíritu haya hecho un cuerpo de los verdaderos creyentes.

Lo que quiero decir es: donde las Escrituras se callan, sería mejor que callemos también nosotros.  La Escritura no define la diferencia entre la obra del Espíritu en el Antiguo Testamento y su obra en el Nuevo Testamento.  Sólo hay dos cosas: El bautismo del Espíritu Santo es nuevo, y hay mucha más revelación en cuanto a su ministerio en el Nuevo Testamento.

iv)    La soberanía o libertad del Espíritu se demuestra en el Antiguo Testamento como en el Nuevo.
v)      Las predicciones veterotestamentarias sobre la obra del Espíritu Santo en el Nuevo Testamento.  Aquí, las predicciones parecen referirse más a la abundancia y la extensión de la obra del Espíritu.  Jl. 2:28,29; Is. 44:33; 59:21; Ez. 39:29;
vi)    "No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho el Señor de los ejércitos" (Zac. 4:6)

2)      El Espíritu Santo operó en los Evangelios.
a)      En Juan el Bautista y sus padres  (Lc. 1:15, 41, 67)  (¿En qué sentido era el más pequeño en el reino de los cielos mayor que Juan el Bautista? (Mt. 11:11).
b)      En Simeón  (Lc. 2:25,27)
c)      En los discípulos en el día de la resurrección Jn. 20:19-23
d)     ¿Cómo relacionar esto con Jn. 7:39, 16:7, y Hch. 2:33?  Porque en el día de la resurrección Jesús no había sido glorificado todavía, sentado a la diestra del Padre en los lugares celestiales.  ¿Se contradicen las Escrituras?  Jesús se refería evidentemente a que el Espíritu sería dado en una manera especial, bautizando a los creyentes en un cuerpo, otorgándoles una posición de autoridad espiritual, y concediéndoles un poder sobrenatural.
e)      Una cosa es clara, pues: Los discípulos todavía no habían sido bautizados del Espíritu Santo.  El cuerpo de Cristo no había sido constituido todavía.
f)       La experiencia de aquellos primeros discípulos no era normativa para nosotros: Vivían en dos épocas, dos dispensaciones.  Vivieron en la dispensación de la ley, precristiana; vivieron en los días en que Jesucristo anduvo en la carne en este mundo; y luego vivieron en la época de la Iglesia, post-pentecostés.

3)      El Espíritu Santo operó en la vida de Jesucristo.
a)      Su nacimiento Mt. 1:20; Lc. 1:35;
b)      Ungido Lc. 4:18; Hch. 10:38  (Su dependencia del Padre Jn. 5:19).  Recuérdese el símbolo de la unción del aceite para los sacerdotes, reyes, y profetas.  "Cristo" viene de cristoV, "ungido".
c)      Sellado Jn. 6:27
d)     Morada del Espíritu   Jn. 2:19;  Jn. 1:33; Jn. 10:38; 14:11.
e)      Lleno del Espíritu Lc. 4:1
f)       Revestido del poder del Espíritu Mt. 12:28; Lc. 4:14; Hch. 1:2 (Daba sus órdenes por el Espíritu)
g)      Guiado por el Espíritu  Lc. 4:1-2; Jn. 8:29; Is. 11:2.
h)      Produjo el fruto del Espíritu en su vida.
i)        Se ofreció en sacrificio por el Espíritu He. 9:14
j)        Resucitó por el Espíritu Ro. 1:4;  1 Ti. 3: 16 "justificado en (por) el Espíritu"

            De ahí vemos la perfecta humanidad de Cristo y su dependencia del Padre y del Espíritu.  Siendo perfectamente Dios, era a la vez perfectamente hombre.  (¡No era medio hombre, medio Dios!  Era, y es, los dos en totalidad.)  Pero si Cristo, siendo no sólo el hombre perfecto, sino también Dios eterno, dependía en todas las detalles de su vida (y muerte) del Espíritu, ¿cómo nos atreveremos, nosotros, a vivir en una manera independiente, medio conscientes de que el Espíritu Santo tiene algo que ver con nuestra vida?...  "El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo" (1 Juan 2:6).


LECCIÓN III    LA INSPIRACIÓN DE LAS ESCRITURAS


"Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en la justicia,  a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra." (2 Timoteo 3:16-17).

            Uno de los ministerios que el Espíritu Santo ha tenido, antes y después de Pentecostés, que ha tenido más importancia para nosotros, ha sido el de la inspiración de las Escrituras.  Difícilmente puede un creyente ser "fuerte en el Espíritu" sin ser "fuerte en las Escrituras".

            El Nuevo Testamento habla de la inspiración del Antiguo Testamento:

"Porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo" (1 Pedro 1:21).

"Los profetas que profetizaron... indagaron acerca de esta salvación, escudri­ñando qué persona y qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos..." (1 P.1:10,11).

            Léanse también Hch. 1:5; 4:25; 28:25; He. 9:8, además de una multitud de textos del Antiguo Testamento que hablan de su propia inspiración.   Sugiero que el estudiante tome una concordancia de la Biblia, y busque así las referencias en los libros de los profetas al "Espíritu" como siendo la fuente de lo que se escribía.

            Jesús predijo el ministerio que el Espíritu Santo tendría en el futuro para inspirar los escritos del Nuevo Testamento.

 "Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho" (Jn. 14:26).

"Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar.  Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir" (Jn. 16:12-13). 

Vemos aquí:

1.      La enseñanza del Espíritu  (la doctrina de las epístolas)
2.      El Espíritu les recuerda lo que Jesús había dicho (El contenido de los Evangelios)
3.      El Espíritu les guía (Los Hechos, y también las epístolas)
4.      El Espíritu les dice lo que sucederá en el futuro (Apocalipsis y parte de las epístolas).

            Hasta el mismo Pedro, refiriéndose a los escritos de Pablo, les considera como siendo equivalente a las Escrituras del Antiguo Testamento.  (2 P. 3:15-16).

            René Pache nos recuerda que Pablo se decía inspirado no sólo en una manera general, sino en el uso de cada palabra.  “Lo cual también hablamos no con palabras enseñadas con sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual” (1 Co. 2:12-13).

            Así, nuestra actitud hacia la Biblia demuestra nuestra actitud hacia el Espíritu de Dios.  Si no aprovechamos la revelación que el Espíritu nos dio en la Biblia, estamos despreciando, en cierto modo, al mismo Espíritu.



Definición de Inspiración

            Lo que sigue viene de la asignatura "Introducción al Nuevo Testamento" que preparé para la Escuela Evangélica de Teología a Distancia, basada en Caspe, Zaragoza.

            Thiessen presenta la definición propuesta por el Dr. L. Gaussen, profesor de teología sistemática al Oratoire, en Geneva.  Según éste, la inspiración es:

            "aquel poder inexplicable que el Espí­ritu divino ejerció en tiempos antiguos sobre los autores de las Escrituras Sagradas, para guiarlos aun en el uso de las pa­labras que utilizaron, y para preservarlos tanto de todo error, como de toda omi­sión."


            Thiessen nota que primero, la definición dice "inexplicable".  Es poder ejercido por el Espíritu Santo, pero no sabemos precisamente cómo aquel poder operó.  Obró en varias maneras.  También limita la inspiración a los autores de las Escrituras; no existe otra inspiración en este sentido.  Esto excluye todos los concilios de iglesia, etc...    Luego la definición presenta la cuestión de dirección. Esto implica que el Espíritu guió y vigiló en la selección de los materiales que servirían, viniesen de observación personal de los autores, de información oral, de fuentes escritos, o de revelación directa al autor; y por otro lado implica su vigilancia en la selección de las palabras.  La definición insiste, por fin, en que los autores fueron guarda­dos, no sólo de todo error, sino también de toda omisión.  Es decir que los documentos originales eran tanto exactos como completos.

            No podemos decir precisamente qué hizo el Espíritu, sólo que guió a los autores en la producción de sus obras.  Algunas veces, seguramente, el Espíritu dictó las mismas palabras que iban a ser escritos; pero eso no sería el método usual, dada las variaciones gramáticas y estilísticas que sería difícil si el Espíritu lo hubiera dictado todo.   Creer que fue inspirado todo por dictado sería confundir el resultado de la inspiración con su método.  Pero tampoco se trata de inspiración de pensamientos y conceptos generales.  Cualquier método que el Espíritu pueda haber utilizado, Él guió, dirigió, a los escritores para que eligiesen palabras que expresaran Su mensaje que serían normales para su estilo y vocabulario, siendo a la vez las palabras exactas con que Él quiso expresar el asunto.  Por supuesto, la inspiración se aplica a los autógrafos de las Sagradas Escri­turas, y no se aplica, como algunos suponen, a ninguna de las versiones existentes, ni modernas ni antiguas.  Los documentos originales fueron inspirados.  Sin embargo, se ha establecido sin duda que en los textos que tenemos a nuestra disposición, aparte algunas trivialidades comparativas, las palabras en el Nuevo Testamento que tenemos que están todavía en duda no hacen más que una milésima del todo.  Se puede decir que en todas las cosas de importancia se ha recuperado las palabras de los autógrafos, y que ninguna doctrina de la Escritura está comprome­tida por aquellas pocas palabras que quedan todavía en duda.


Cuestiones para meditar:

A.        Explica por qué crees que el Nuevo Testamento es inspirado por Dios.
B.        ¿Es cada palabra inspirada, o simplemente las ideas generales?
C.        ¿Crees que su inspiración aniquiló (en la manifesta­ción escrita) la personalidad y el temperamento de los autores?


LECCIÓN IV  LA OBRA DEL ESPÍRITU SANTO Y LA SALVACIÓN (I)


SU OBRA DE CONVICCIÓN  (véase René Pache, pp. 53 - 67)

            Su convicción de pecado, juicio, y justicia.  (Juan 16:7-11).

            El pecado contra el Espíritu (Mateo 12:31-32):

¿Qué significan los pasajes en Hebreos 6:4-8 y Hebreos 10:26-31?
¿Qué es el pecado "voluntario" contra la gracia?
¿Qué significa el haber sido "iluminados", haber "gustado del don  celestial", y haber sido "hechos partícipes"?

            Hay que insistir en la diferencia entre "gustar" (He. 6:4) y "comer" (Juan 6:53).

            No basta con haber experimentado la obra del Espíritu Santo en su vida.  Alguien puede haber visto milagros y señales, y haber participado en ellos; puede haber sentido la convicción del Espíritu Santo, sin entregarse a Cristo como su Salvador y Señor, siendo sólo un seguidor de lejos. Esto sería “gustar” sin “comer”, o aprovechar. Si persiste en rehusar de creer en Cristo de corazón, será el pecado contra el Espíritu Santo.

SU OBRA DE REGENERACIÓN


La doctrina de la "gracia irresistible"
El argumento sobre si la regeneración es la fuente o el resultado de la fe salvífica  (En cuanto al tiempo, son simultáneas.  Se trata del orden lógico de causa y efecto.)

            Es el Espíritu Santo que dispensa la gracia divina.  La palabra traducida "gracia" en la Biblia cariV (caris), en la mayoría de los pasajes, significa la operación no merecida de Dios en el corazón del hombre, efectuado por el Espíritu Santo.  La gracia en la vida de un creyente es la comunicación activa de las bendiciones divinas, por medio de la obra del Espíritu Santo, en el corazón (Ro. 3:24; 5:2, 15, 17, 20; 6:1; 1 Co. 1:4; 2 Co. 6:1; 8:9; Ef. 1:7; 2:5, 8; 3:7; 5:12).

            La gracia es un atributo de Dios.  Es el favor o amor hacia el hombre en su estado de pecado y culpabilidad: gratuito, soberano, no merecido, - que se manifiesta en el perdón de los pecados y la liberación de la pena de los pecados.  Es la última causa detrás del propósito electivo de Dios, de la justificación del pecador, y de su renovación espiritual; y la fuente prolífica de toda bendición espiritual y eterna.

            Si Cristo es el mediador de la gracia, es el Espíritu Santo que aplica la obra de la redención. No se trata sólo del perdón y la justificación, sino también de todos los dones de la gracia de Dios, - las bendiciones de la salvación, y todas las gracias espirituales que se operan en las vidas.  Todo ello por el Espíritu.  Léase Hch. 11:23; 18:27; Ro. 5:17; 1 Co. 15:10; 2 Co. 9:14; Ef. 4:7; Stg. 4:5, 6; 1 P. 3:7.  Cuando la gracia se muestra como siendo no sólo una cualidad pasiva, sino una fuerza activa, que opera (1 Co. 15:10; 2 Co. 12:9; 2 Ti. 2:1), entonces llega a ser algo como un sinónimo del Espíritu Santo.  No es sin razón que uno de los nombres del Espíritu Santo es "Espíritu de gracia" (He. 10:29).

            En la historia de la Iglesia, ha habido dos tendencias en cuanto a la cuestión de la gracia: la de Pelagio, y la de Agustino.  El primero veía la gracia como siendo prácticamente equivalente al libre albedrío del hombre, siendo un don que Dios le ha dado para que haga el bien.  No ve la obra directa del Espíritu Santo en el corazón para traerle al arrepenti­miento y la fe en Cristo.  Agustino, al contrario, consideraba que, en vista de la depravación total del hombre, era necesa­rio una obra de gracia, imprescindible para la salvación, operada en el hombre elegido, por el Espíritu Santo de una manera eficaz e irresistible.  Hoy en día solemos hablar de la tendencia arminiana y la tendencia calvinista, o reformada. Es una cuestión importante que el estudiante habrá de resolver en el estudio de la soteriología.  Sin embargo, afecta también lo que creemos sobre la persona y obra del Espíritu Santo.[5]
           


EL BAUTISMO DEL ESPÍRITU SANTO


I           LA EXPRESION "BAUTISMO DEL ESPÍRITU SANTO" EN EL NUEVO TESTAMENTO

            Esta expresión no es frecuente.  Seis veces la encontramos como predicción del hecho, y sólo una vez se encuentra tratándose de la expe­riencia ya hecha.

            Un examen de estos pasajes contradice el argumento propuesto por algunos, diciendo que habría dos experiencias distintas: el bau­tismo por el Espíritu, y el bautismo en el Espíritu.  Empece­mos por la última de estas referencias:

1 Co. 12:13   "Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautiza­dos en un cuerpo..."     Esto implica que el bautismo por el Espíritu Santo es la experiencia de todo cre­yente, y no se limita a unos más espirituales que los demás.  En el griego, dice que somos bautiza­dos en un solo Espíritu, en un solo cuerpo (hablando de la igle­sia.)  Sin embargo los dos "en" son distintos.
            en eni Pneumaton
            en = en, posición (a veces por medio de); en un solo Espíritu
            en  v  eiV
            eiV = en, hacia adentro (direc­ción, movimiento) hacia aden­tro de un solo cuerpo.

            Así, el Espí­ritu Santo es el agente que nos bau­tiza dentro del cuerpo de Cristo.  Pero, ¿habrá otras referen­cias que dicen que Jesús es el agente que nos bautiza dentro eis del Espíri­tu?  Eso nos dicen los que quieren demostrar que habría otro tipo de bautismo del Espíritu, que no sería automáticamente universal.

Mt. 3:11      "Él os bautizará en Espíritu Santo"
                AutoV umaV baptisei en Pneumati Agiw

Marcos 1:8     "Pero Él os bautizará con Espíritu Santo".

               AutoV de baptisei umaV en Pneumati Agiw

Lucas 3:16     (igual al anterior).

Juan 1:33      "ése es el que bautiza con el Espíritu Santo."

                outós  estinv o baptizwv ev Pneumati Agiw

Hechos 1:5     "vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo"

                 baptiqhsesqe ev Pneumati Agiw
                                       
Hechos 11:16   (repetición de la frase precedente.)

            Nota: La palabra griega subrayada es la preposición traducida a veces por "en", a veces por "por", y a veces por "con" en nuestras Biblias.  Generalmente nuestra Biblia Castellana es consistente con la traducción "con" cuando se trata del Bautismo del Espíritu Santo.

            Vemos, por tanto, que sólo existe un bautismo espiritual en el Nuevo Testamento.  Es el bautismo en, o por medio de, el Espíritu Santo.  Es la función, pues, del Espíritu Santo de bautizar, o sumergir, al creyente dentro del cuerpo de Cristo (la iglesia). El resultado es una iglesia unida, sin distintas clases sociales, y sin distintas clases espirituales.  (1 Corintios 12:13).  La importancia de este versículo es que nos demuestra que todos han recibido este bautismo, a pesar de lo que pensaban algunas perso­nas en la iglesia de Corinto que pretendían que ciertas manifes­taciones "espirituales" las colocaban por encima de los demás.

            A estas alturas los lectores en la iglesia de Corinto hab­rían podido hacer el comentario siguiente:

            "De acuerdo, todos han sido bautizados por un solo Espíritu, pero eso es un juego de palabras: no significa que todos los creyentes posean todo lo que el Espíritu de Dios puede y quiere darles.  Hay algunos que tienen al Espíritu Santo en mayor medi­da que otros."  (¿Se puede medir al Espíritu Santo?)

            El apóstol contes­ta a tal argumento de una manera categó­rica: 
            "a todos se nos dio de beber de un solo Espíritu"       (1 Cor.12:13).
La expresión "se nos dio de beber" signif­ica que hemos sido to­talmente empapados, o embebidos del Espíritu.

     El don del Espíritu ha sido prometido a todo creyente en todas las generaciones, y no sólo a algunos que habrán sido inicia­dos en ciertas experien­cias espirituales especiales.  (Hechos 2:38)

     Por lo tanto, si eres salvo por la fe en Jesucristo como Salvador personal, ya has recibido:
1)   el don del Espíritu Santo
2)   el bautismo del Espíritu Santo
3)       y has sido embebido del Espíritu Santo.

            No hay nada en el Nuevo Testamento que nos implique que estas tres cosas no sean idénticas, o al menos simultáneas.

            Entonces, ¿qué hemos de pensar de las experiencias de los creyentes en el libro de los Hechos de los Apóstoles? ¿Serían un modelo para hoy? ¿Qué significan?


II         EL DON DEL ESPÍRITU SANTO EN EL LIBRO DE HECHOS

            1         Hechos 2:1‑4, 6            La experiencia inicial de la igle­sia.­
            2         Hechos 4:31                 La experiencia repetida de los creyentes "llenos" del Espí­ritu.
            3         Hechos 8:14‑17            La experiencia retrasada de los Sama­rita­nos, con señales.
            4         Hechos 10:44‑46          La experiencia de los primeros paganos (los que no son judíos) convertidos, con seña­les.
            5         Hechos 19:1‑6             La experiencia de unos judíos, discí­pulos de Juan el Bau­tista, cuando Jesucristo les fue pre­sen­tado en territorio pagano.

             Surgen algunas preguntas suscitadas por una primera lectura de estos pasajes:
                       
                        1)         ¿Por qué el don del Espíritu fue retra­sado en el caso de los Samaritanos?
                        2)         ¿Por qué se notan señales tal como el don de len­guas?
                        3)         ¿Por qué hay una repetición de la Pleni­tud del Espíritu Santo, en Hechos 4:31?

                                             RESPUESTAS A LAS PREGUNTAS

1)         ¿Por qué se retrasó el don del Espíritu Santo en el caso de los Samarita­nos? (Hechos 8:14‑17)

            Notamos que el evangelio había sido anunciado a este pueblo por Felipe, y que ellos habían sido bautizados en seguida, pero no habían recibido el don del Espíritu Santo antes de que vinie­ran Pedro y Juan para imponerles las manos.  Aunque no se mencio­nan los detalles, se nota que hubo señales impresionantes, hasta impresio­nar a Simón el mago.

            La respuesta se encuentra en la persona de Pedro.  Notamos su presen­cia cuando los judíos creyeron y fueron admitidos en la iglesia (Hechos 2); cuando los primeros Samaritanos (un pueblo medio judío, medio pagano) recibieron el Espíritu (Hechos 8) y cuando los primeros paganos (perso­nas ajenos al judaísmo, e incircuncisos) recibieron el Espíritu en casa de Cornelio (Hechos 10:44‑46).

            En Mateo 16:19, Jesús había dicho a Pedro:

            "Y a ti te daré las llaves del reino de los ciel­os; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cie­los; y todo lo que desatares en la tierra será desa­tado en los cielos."

            Esta promesa no fue transferida a los sucesores de Pedro; ¡¡fue más bien CUMPLIDO DURANTE SU VIDA!!

            Pedro, al anunciar el evangelio, abrió las puertas del reino de los cielos (la iglesia) al pueblo judío que había rechazado y crucificado a Jesús.  Fue también Pedro quien abrió las puertas del pueblo mixto de Samaria, tan despre­ciado por los judíos.  Su derecho de entrar en el reino de los cielos parecía dudoso, pues­to que se habían separado del pueblo de Dios y de las promesas de Dios, aliándose al paganismo.  Pedro fue estable­cido para derri­bar esa muralla de separación, abriéndoles la puerta.  Hay que acor­darse que la función del bautismo del Espíritu Santo era  "ba­ñar", o "sumergir" (o, en griego, "bautizar" a los nuevos creyen­tes en la Iglesia, el cuerpo de Cristo.)  Y, por último, fue Pedro quien abrió la puerta a los paganos, llevando el evan­gelio a la casa de Cornelio el centurión romano.  Estos recibie­ron el Espí­ritu, sin imposición de las manos, y Pedro aceptó aquello como prueba que Dios les había aceptado, bautizándoles dentro del cuer­po de Cristo.  Entonces, les bautizó en agua.  Anteriormente, habían estado "alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo." (Efesios 2:12).  Así, Pedro abrió la puerta del reino de los cielos a las tres categorías de humanidad perdida.  La puerta había sido ante­riormente cerrada a cada una de esas clases, aun a los judíos, que se habían aliado a los pecados del mundo en su rechazo de Jesús.  Por esto hubo que esperar la lle­gada de Pedro antes de que los Samaritanos pudieran recibir el Espíritu y ser admitidos en el reino de Dios.  Es la única razón por la demora.  Ahora que la puerta está abierta a todos, ya no hay más demora. Pablo pudo decir a los Corin­tios:
           
            "Fuimos todos, pues, bauti­zados en un cuerpo, sean judíos o grie­gos, sean esclavos o libres....”

2)         ¿Por qué vemos señales tal como el don de lenguas en aque­llas expe­riencias?

            En ciertos pasajes que hemos visto, se ve que el derra­mamiento del Espíritu Santo es acompañado por señales.  Notamos el don de lenguas, al menos en el caso de los discí­pulos en He­chos 2, de los judíos en Hechos 19, y de los paganos, o gentiles, en Hechos 10.  (N.B. la palabra "paga­no", o "gentil" significa alguien que no es judío; de las naciones.)  La razón dada en Hebreos 2:3‑4, y en 1 Corintios 14:21‑22 es bastante clara.  La nueva revelación que Dios daba al pueblo de Israel (e Israel era el receptor de la revelación de Dios - Rom.9:4‑5) siempre era acompañado por señales al principio.  Las señales eran necesarias para autentificar el nuevo mensaje del evangelio para los judíos..... Especialmente ahora que se trataba de "injertar" a los gentiles creyentes en Israel (Rom.11:24).  El escritor de la epís­tola a los Hebreos dice, pues,

            "¿Cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salva­ción tan grande? La cual,  habiendo sido anunciada primera­mente por el Señor, nos fue confirmada por los que oyeron, testificando Dios juntamente con ellos, con seña­les y pro­digios y diversos milagros y repartimientos (dones) del Espíritu Santo según su voluntad."   (Heb­reos 2:3, ­4).

            En este pasaje, el escritor parece estar mirando ya hacia atrás, hacia la época de las señales, como si ya no tuvieran su razón de ser cuando esta epístola se escribió.  Queda claro que aquellas señales habían sido dadas con el propósi­to de confirmar el nuevo mensaje.  Por eso las mismas señales habían de ser in­discutib­les.  En el caso del don de lenguas, por ejemplo, vemos que per­sonas que conocían las diversas lenguas las reconocieron cuando se hablaron.  No pudieron (y a algunos les habría gustado) pre­tender que eran lenguas falsas, una fabricación de ruidos, "bal­buceo" que salía de la boca de los creyentes.  Tampoco podía ser una experiencia psicológica.  Nos interesa notar que en aquel caso no era necesario hablar en diversas lenguas para hacer­se enten­der: todos entendían muy bien el hebreo, y segura­mente el arameo, y la mayoría habría entendido también el griego.  Cuando Pedro predicó, sólo habló en una lengua, y todos lo entendieron. 

            El propósito de esa señal era conven­cer a los judíos escép­ticos de que se trataba de un fenómeno sobrenatural.  Esto es lo que dice el apóstol en 1 Corintios 14:21‑22

            "En la ley está escrito:
                                    "En otras lenguas y con otros la­bios habla­ré a este pueblo: y ni aun así me oirán, dice el Señor."
            "Así que, las lenguas son por señal, no a los creyentes, sino a los incrédu­los."

            "Este pueblo", que está mencionado en el versículo 21, significa el pueblo judío. Las lenguas son una señal para el judío incrédulo.  Hemos visto aquello en el caso del día de Pentecostés en Hechos 2.

            En el caso de los Samaritanos, las lenguas no se men­cionan.  En el caso de los primeros gentiles a convertir­se, son gentiles que hablan en lenguas (Hechos 10:44‑46). Eso porque había presente judíos convertidos, pero incr­édulos en cuanto a la posibilidad de recibir a los gentiles en el reino de Dios (la Iglesia).  Había que demostrar de una manera clara que aquellos incircuncisos tenían la circuncisión "interior", del "corazón" (Romanos 2:29).  Cuando Pedro cuenta lo de las señales a los demás apóstoles y hermanos, que habían negado la posibilidad de que fuera la obra de Dios, que­daron convenci­dos. (Hechos 11:1‑3; 15‑18).  La expre­sión, "el mismo don que a nosotros" (v.17) tiene mucha importan­cia en este pasaje.

            En Hechos 19, se trata otra vez de judíos, que habían sido discípulos de Juan el Bautista, para quienes el evange­lio era cosa nueva. Las manifes­taciones identificaron el bau­tismo por Pablo al mensaje de Juan en lo que se refería a la promesa que Jesús les bautiza­ría en el Espíritu Santo.

            Podemos ver, pues, que en todos los casos descritos en el libro de los Hechos de los Apóstoles, el don de lenguas tenía por propósito convencer a judíos de la realidad del bautismo en el Espíritu Santo, conforme a la explicación dada en 1 Corintios 14:21‑22.




3)         ¿Por qué hay una repetición de la plenitud del Espíritu Santo en Hechos 4:31?

                        "Cuando hubieron orado, el lugar en que esta­ban congre­gados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios."

            Sólo en una ocasión en el libro de los Hechos de los Após­toles vemos un lugar temblar después de un tiempo de oración; sólo­ una vez vemos lenguas de fuego bajar sobre la gente (Hechos 2:1); pero muy a menudo los creyentes son llenos del Espíritu Santo, y a menudo esta banda de hombres, anteriormente bastante tímidos, anunciaban la Palabra de Dios con denuedo.  Volvemos a ver esta repetición en el caso de Pablo (Hechos 13:9).  El bautismo del Espíritu Santo es la experiencia inicial a la conversión, que nos sumerge en el cuerpo de Cristo. En aquel momento, el creyente está también lleno del Espíritu. Sin embargo, el ser lleno del Espí­ritu tiene que ser una experiencia continua. Es la experiencia de ser controlado por el Espíritu, o de andar por el Espíritu. Es también la experiencia de estar en comunión con Dios. El pa­saje podría haber sido escrito así: "y todos estuvieron en comu­nión con Dios" pero aquello no habría acentuado el tremendo poder que estuvo al alcance de los apóstoles (y al nuestro). Es posible que los discípulos estuvieron por un momento perturbados por las amena­zas, pero tuvieron la sabi­duría de ir enseguida con sus temores a la Fuente del poder, hasta que estuvieran nuevamente bajo el control del Espíritu Santo.  En Efesios 5:18 leemos:
    
                        "No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolu­ción; antes bien, sed llenos del Espíritu."

            El apóstol no habla aquí de tener cierta cantidad, o medida, del Espíritu, puesto que el Espíritu es una persona y no una substancia para dar en medidas.  Está más bien haciendo la com­para­ción con el hecho de ser embriagado con vino: como por un lado se trata de estar bajo el control del vino, por otro lado es cues­tión de estar bajo el control del Espíritu.  La exhortación se podría leer así en castellano:
           
                        "antes bien, seguid siendo llenos del Espíritu."

            Para concluir, hay un comentario que algunos hermanos te harán como creyente.  Te dirán:  "Ahora eres salvo; es maravillo­so.  Pero todavía te falta una cosa.  ¿No quieres tener todo lo que el Señor tiene para ti?"  Tu respuesta puede ser: “Sí, pero doy gracias a Dios que ya está hecho porque está escrito:

                                    “Porque en Él (Cristo) habita cor­poral­mente toda la pleni­tud de la Deidad, y
                                   
                                    ¡VOSOTROS ESTÁIS COMPLETOS EN ÉL!” (Colosenses 2:9, 10).


III        EL BAUTISMO DEL ESPÍRITU Y LA IGLESIA, CUERPO DE CRISTO

            Este tema se tocará, seguramente, en una manera mucho más extensa en una asignatura sobre la Eclesiología (Estudio del tema de la Iglesia).  Nuestro texto de René Pache subraya la importancia de esto.  Implica que el Espíritu Santo nos ha dado una nueva posición en Cristo, en su cuerpo; sentados con Cristo en los lugares celestiales (Ef. 2:6).  Somos crucificados y resucitados con Cristo.  No sólo él en nosotros, pues, sino también nosotros en él.  (Véase pp. 74-77 en René Pache).

            Lo que nos importa saber en este contexto es que toda la Iglesia fue bautizada en el Espíritu Santo para formar un solo cuerpo (1 Co. 12:13).  Nuestra posición en el Espíritu Santo, por tanto, es equivalente a nuestra posición en el cuerpo de Cristo.  No podemos pretender tener una auténtica espiritualidad si no estamos claramente vinculados a la Iglesia de Cristo.



            Sin embargo, hay una cuestión mucho más importante que los errores sobre el bautismo del Espíritu Santo.  Importa aún más la cuestión positi­va, sobre el ministerio del Espíritu de Dios en nuestras vidas: ¿Cómo puede uno conseguir una vida llena del Espíritu Santo?  En verdad, si uno no ha resuelto esta cuestión, no le será de gran provecho tener una doctrina correcta sobre los dones y sobre el Bautismo del Espíritu Santo.  Es imprescin­dible que aprovechemos las bendiciones que el Señor ya nos ha dado.  Las próximas lecciones desarrollarán este tema.



LECCIÓN V  LA OBRA DEL ESPÍRITU SANTO Y LA SALVACIÓN (II)


            En su asignatura de Teología Sistemática (Escuela Evangélica a Distancia), Miguel Herbaje escribe:  "La parte del Espíritu Santo es la aplicación y realización en la práctica de la obra cumplida del Hijo."  Esto se aplica tanto a la salvación como a todos los demasiados beneficios que pueden derivarse de la muerte y resurrección del Hijo de Dios.  Hemos visto en la lección anterior cómo el Espíritu Santo aplica la obra de redención de Cristo al hombre, convenciéndo­le, dándole vida nueva (regeneración), y bautizándole en el cuerpo de Cristo.  (Más adelante estudiaremos el asunto del Espíritu Santo y la Iglesia).  Quedan algunos aspectos más de la salvación en que el Espíritu Santo juega un papel importantísimo.

                                        LA RECEPCIÓN DEL ESPÍRITU SANTO

La promesa de Jesús:  Jn. 14:16; 16:7; Hch. 1:8.

¿Quién recibe el Espíritu?
            ¿Los apóstoles solamente?
            Los que se arrepienten  (Hch. 2:38-39)  Todos.

Condición para recibir el Espíritu:
            Arrepentimiento (Hch. 2:38-39)
            Fe        (Gá. 3:13-14; Ef. 1:13).

            René Pache hace resaltar el hecho que no es necesario ni una espera prolongada, ni intensas oraciones, ni la imposición de manos, ni el bautismo en agua, ni hay necesariamente el don acompañante de hablar en lenguas.  La única condición, en verdad, es la fe.  (Jn. 7:38-39; Ef. 1:13; Ef. 3:16-17; Gá. 3:1-5).

            Se oye hablar, hoy en día, de personas que quieren comunicar el Espíritu a otros ¡soplando sobre ellos!  ¿Acaso se toman por Jesucristo?  No hay que repetir la obra ya cumplida de Cristo: como la crucifixión y la resurrección y la glorificación fueron una vez para siempre, también el don del Espíritu lo fue.  Otros hacen gestos como pasar un manto en el aire para que la gente reciba el Espíritu.  ¡Todo en nombre del Evangelio!  Existe el peligro de imitar a aquellos que practican el ocultismo.  Satanás siempre quiere quitar el énfasis de la fe: Si hay una cosa que él tiene en horror, es la fe de los evangélicos.  La simple fe en Cristo y en sus promesas.  Así que, él siempre tratará de hacernos añadir algo a esta fe.


                             LA ADOPCIÓN POR MEDIO DEL ESPÍRITU SANTO

            En Efesios 1:5 leemos "en amor habiéndonos predestinados para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad".

            Ante todo, nuestra adopción, como "hijos suyos", es la obra de Jesucristo.  Es él que hizo la obra de redención a la cruz, abriéndonos la puerta para ser miembro de la familia de Dios por la fe en él.  Sin embargo, una vez más, es el Espíritu Santo que aplica esta obra a nosotros personalmente.  Sino, todo quedaría teórica.

            En Romanos 8:14-15, leemos, pues, "Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios.  Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el Espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!"  ("¡Abba!" es la palabra aramáica para decir, de una manera muy íntima, "¡Papá!").  Pablo vuelve a repetir esta enseñanza en Gálatas 4:6  "Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba! ¡Padre!"

            Aprendemos dos cosas en estos versículos.  Primero, que somos hechos hijos, legalmente, por el hecho que Cristo murió por nuestros pecados.  En segundo lugar, llegamos a conocer, apreciar, y disfrutar de esta relación de hijo, mediante el Espíritu que nos envía.  No se trata de una diferencia en tiempo: la salvación en Cristo y la recepción del Espíritu, como lo hemos visto, son simultáneos.  Se trata simplemente del orden lógico. Una cosa es el resultado de la otra.

            Nos interesa, sin embargo, examinar estos pasajes de más cerca, para llegar a apreciar lo que implica, en términos prácticos, la recepción del Espíritu de adopción.  El texto en Gálatas nos demuestra que mediante el Espíritu de adopción hemos pasado de ser esclavos de la ley, a ser hijos, libres.  En las familias romanas más ricas, había un costumbre por el cual un padre adoptaba al que era su propio hijo.  Durante un tiempo el hijo estaba bajo la tutoría de un esclavo, que tenía el derecho y la responsabilidad de disciplinarle.  Pero llegado a una cierta edad, el padre le reconocía como hijo con todos los derechos.  Entonces estaba liberado de la tutela del esclavo que le enseñaba, para disfrutar de todos los derechos del hijo y heredero.  Si lees Gá. 4:1-7 con esto en mente, lo entenderás mejor.  Así, nosotros, teniendo el Espíritu, somos plenamente hijos, con todos los derechos y privilegios de ser parte del reino de Dios.

            En Romanos 8:12-18 vemos unas cuantas ventajas más de tener el Espíritu de adopción:

I           vv. 12-13                     Liberados de los deseos de la carne: para vivir conforme al Espíritu.

II         v. 14                            Guiados por el Espíritu.  No nos amenaza, como la ley, sino nos guía como un padre a su hijo mayor.

III        v. 15                            Liberados del temor, porque somos hijos y no esclavos.

IV        v. 15                            Tenemos una relación íntima "¡Papá!"

V         v. 16                            Tenemos el testimonio interior del Espíritu que somos hijos de Dios.

VI        v. 17                            Somos herederos por ser hijos.  (Ya hemos visto como el Espíritu es "las arras" de nuestra herencia - Ef. 1:14)

VII      v.17-18                        Tenemos una esperanza gloriosa para el futuro.

            Todas estas cosas están implicados en el hecho de que el Espíritu de Dios ha aplicado la adopción del hijo a nosotros, dándonos una nueva relación con Dios.  Esta relación, la tenemos desde nuestra conversión.


                               LA CERTEZA QUE EL ESPÍRITU SANTO NOS DA

            ¿Has dudado de tu salvación alguna vez?  ¿Has tenido serias dudas, que ni siquiera la lectura de la Palabra de Dios podía resolver para ti?  ¿Cómo resolviste esas dudas?  Seguramente, habrá sido en tu relación personal con Dios.

            "El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios" (Ro. 8:16) Ya hemos considerado este versículo como dando uno de los beneficios de nuestra adopción. En efecto, el Espíritu Santo, que nos da esta relación íntima con Dios, nos convence en nuestros corazones de que somos hijos de Dios, y esta convicción es algo que nadie puede quitar. 

            René Pache nos menciona dos aspectos del testimonio del Espíritu Santo de que somos hijos de Dios: el testimonio escrito, y el testimonio en nuestros corazones.  Cuando tuve mis dudas, por una comprensión equivocada de Hebreos 6,  creyendo que estaba irremediable­mente perdido después de haber sido salvo, después de unos tres días de angustia, ¡acudí a mi Padre celestial!  ¡Al mismo Padre que yo creía me había rechazado eternamente!  Y le pedí que si hubiera alguna esperanza para mí, me lo mostrara.  Él dirigió mi atención a Juan 6:37 "Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí, y el que a mí viene, no le echo fuera".  Este texto de las Escrituras inspirado por el Espíritu me dio paz y seguridad.  Pero en seguida que acepté la paz que las mismas Escrituras me daba, vi que el Espíritu que estaba en mí ya me estaba diciendo que era un hijo de Dios, y que nunca había dejado de serlo.  Sólo que en mi angustia no podía oír la voz del Espíritu.  Por esta razón tenemos el doble testimonio.


  LA HABITACIÓN Y PERMANENCIA DEL ESPÍRITU SANTO EN EL CREYENTE

            El hecho que el Espíritu Santo mora y permanece dentro de nosotros fue muy importante para el apóstol Pablo. 

Como demostración de nuestra salvación:
            "Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos.  ¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros, a menos que estéis reprobados?" (2 Co. 13:5)

Como base de nuestra santificación, y de nuestra entrega:
            "¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y no sois vuestros?" (1 Co. 6:19)

Como base de nuestra separación:
            "¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos?  Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos, y seré su Dios, Y ellos serán mi pueblo" (2 Co. 6:16)

Como base de nuestro servicio:
            "Guarda el buen depósito por el Espíritu Santo que mora en nosotros" (2 Ti. 1:14)

Como base de nuestra vida de iglesia local:
            "¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?  Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, es santo" (1 Co. 3:16-17)

            En la medida que entendamos esta verdad, y que la creamos, sabremos beneficiar de sus ventajas.  En la medida en que la tomemos en serio, querremos beneficiar de sus ventajas.  Es el hecho de conocer esta verdad, como conocer las demás verdades, que nos hace libres (Jn. 8:32).  Ahora bien, este conocer, ha de ser un conocer experimental, y no solamente intelectual.

¿Ignoramos esta verdad?

            Aun en los tiempos apostólicos, había creyentes ignorantes de esta verdad.  Por esta razón dijo el apóstol:  "¿No sabéis que...?"  Pero para nosotros hoy en día, no hay excusa por nuestra ignorancia.  Tenemos las Escrituras.  Tenemos los Evangelios, en que Jesús dice:
"El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él" (Jn. 6:56)  (Aquí no podemos separar al Espíritu Santo, de Cristo, puesto que Cristo ha de permanecer en nosotros por el Espíritu).
"En aquel día vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros" (Jn. 14:20)
"Permaneced en mí, y yo en vosotros.  Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí" (Jn. 15:4)
"Y les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos" (Jn. 17:26)

"Hijitos, vosotros sois de Dios, y los habéis vencido; porque mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo" (1 Jn. 4:4)

- además de los textos que ya hemos leído en las epístolas de Pablo.

            La duda que muchos tienen es si el Espíritu Santo permanecerá en nosotros para siempre, o si puede marchar: ¿podemos perder la presencia del Espíritu Santo en nuestras vidas?

¿Y permanece?

            Más adelante en esta asignatura tocaremos el tema de "contristar al Espíritu Santo".  Basta con decir, ahora, que no es el mismo que perder la presencia del Espíritu.

"Pero la unción que vosotros recibisteis de él permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; así como la unción misma os enseña todas las cosas, y es verdadera, y no es mentira, según ella os ha enseñado, permaneced en él" (1 Jn. 2:27)

"Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios" (1 Jn. 3:9)

"Y el que guarda sus mandamientos, permanece en Dios, y Dios en él.  Y en esto sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado" (1 Jn. 3:24)

"En esto conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros, en que nos ha dado el Espíritu" (1 Jn. 4:13)

"Todo aquel que confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios" (1 Jn. 4:15)

"Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre" (Jn. 14:16)

            Así, Dios no retira su Espíritu de su creyente.

            René Pache demuestra cómo la morada del Espíritu en nosotros significa la morada del Padre y del Hijo en nosotros.   "En quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en Espíritu" (Ef. 2:22);  "para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor" (Ef. 6:16-17);  "Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Gá. 2:20);  "a quienes Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros, la esperanza de la gloria" (Col. 1:27);  "Respondió Jesús y le dijo: - El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él" (Jn. 14:23).  No se puede, pues, separar el uno del otro.  El Espíritu Santo es el medio por que el Padre y el Hijo hacen su morada en nosotros.


¿Cuándo empieza a habitar en nosotros?

            En realidad, el Espíritu Santo mora en nosotros a partir del momento en que somos bautizados por el Espíritu, es decir a partir de nuestra verdadera conversión.  En el momento en que creemos, en que nacimos de nuevo, en que somos bautizados por el Espíritu en el cuerpo de Cristo, entonces el Espíritu Santo empieza a habitar en nuestro corazón.
"Todo aquel que confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios" (1 Jn. 4:15);
"Respondió Jesús y le dijo: - El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él" (Jn. 14:23);
"He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo" (Ap. 3:20);
"para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor" (Ef. 6:17).

Ahora bien, alrededor de estos mismos textos hay varios textos que insisten en que nuestra fe ha de ser una fe sincera, y no una simple adhesión al cristianismo.

¿Qué decir de la posibilidad de alguna excepción, de algún creyente en que el Espíritu Santo no permanece?

"Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros.  Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él" (Ro. 8:9)

El Espíritu que mora en nosotros nos guía en la voluntad de Dios (Ro. 8:14).  Es su morada en nosotros, también, que nos unifica y nos pone en pie de igualdad (Col. 3:11).

¿Y tú, qué?

René Pache, al fin de su capítulo sobre este tema, nos pregunta: ¿Estás seguro que el Espíritu Santo mora en ti?  En otras palabras, ¿te has arrepentido y puesto tu fe en la obra completa de Cristo en tu favor en la cruz?  ¿Te has convertido verdaderamente a él?  Porque esto es la condición.  Si no es el caso, no permanezcas en tu estado perdido por simple orgullo de ¿qué dirán los demás?  Un buen amigo mío había sido bautizado y ahora era diácono en una iglesia bautista evangélica cuando reconoció que todavía no era salvo.  Gracias a Dios, ¡lo rectificó!  No quiso permanecer perdido sólo por el orgullo de no querer confesar que todo ese tiempo no había sido salvo.


LECCIÓN VI  ANDAR EN EL ESPÍRITU - I


LA PLENITUD DEL ESPÍRITU

"Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia" (Jn. 10:10)

"No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu" (Ef. 5:18)

Qué es la plenitud del Espíritu?
No se trata de:
                        una plenitud cuantitativa, física, puesto que el Espíritu no es una sustancia.
                        la capacidad de hacer milagros.
                        un estado progresivo de santificación (examinaremos la cuestión de la santificación por el Espíritu en otro estudio).
Se trata más bien de:
                        ser plenamente controlado por el Espíritu de Dios que está en nosotros.

Examinemos el texto de Ef. 5:18.

            Primero, habla de "embriagarse con vino".  En segundo lugar habla de ser "llenos del Espíritu".  Parece que quiere hacer una comparación entre los dos.  Alguien que se embriaga con vino está controlado por el vino que ha bebido; que está dentro de él.  Así, alguien que está lleno del Espíritu está controlado por el Espíritu que está dentro de él.

            Ya hemos visto cómo los creyentes fueron llenos del Espíritu en el día de Pentecostés, cuando tuvo lugar su Bautismo del Espíritu.  Luego, en Hechos 4:31, después de que habían recibido amenazas de las autoridades, oraron juntos y volvieron a estar llenos del Espíritu.  Posiblemente, tuvieron un susto al ser amenazados, y necesitaban volver a su relación con el Señor. Varias veces en Hechos vemos cómo se menciona que están "llenos del Espíritu" (Hechos 6:3,5; 7:55; 11:24; 13:9).  Se trata, en verdad, de la experiencia práctica de la vida cristiana.  Se podría hablar de ser lleno de Cristo, pero es en el Espíritu Santo que lo somos.  No se puede, en realidad, separar del tema de la santificación por el Espíritu.  Porque se trata, en realidad, de andar en el Espíritu, de andar en comunión con Dios, en la vida victoriosa con él.  Examinaremos, a continuación, cómo Romanos 6 describe esta plenitud.

            El ser lleno del Espíritu no significa, por tanto, que nosotros tengamos más del Espíritu que antes.  Significa que el Espíritu Santo tiene más de nosotros.  El Espíritu tiene pleno acceso a nuestra mente y nuestro corazón.  Eso lo tiene mediante nuestra fe.  Y este acceso que el Espíritu tiene a nosotros, que ha de ser continuo.  No estás "lleno" una vez para siempre, como un vaso lleno de agua: ha de ser un proceso, verdaderamente, de desbordamiento, o hemos de ser como un tubo, que el Espíritu llena y utiliza como un canal.  Es un proceso continuo de llenar.

            En el Nuevo Testamento vemos varias expresiones para la vida cristiana tal como Dios quiere que la vivamos:

"Sed llenos del Espíritu"
"andad en el Espíritu"
"permaneced en mí (Cristo)
"consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro"
"la voluntad de Dios es vuestra santificación"
"pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión los unos con otros"
y unas cuantas más.

            Estoy convencido de que cada una de estas expresiones describe la misma experiencia cristiana.  Son distintas expresiones, no para describir distintas experiencias, sino para ayudarnos a entender la experiencia cristiana que Dios quiere para nosotros.  Por un lado, una expresión puede ser extraña para una persona: no llega a entenderla.  Alguna otra expresión le ayudará.  Por otro lado, alguien puede tener una interpretación desequilibrada de una de las expresiones.  Las demás expresiones le ayudarán a equilibrar su comprensión de la experiencia cristiana.  Por ejemplo, alguien que piensa que por leer "andar en el Espíritu" se trata de andar en alguna especie de éxtasis continua,  ha de examinar expresiones como "andar en la luz", "andar en la Palabra", "estar en comunión con los hermanos" para ver que se trata de vivir una vida muy práctica en la tierra, pero conducida por el Espíritu.

            El estudio siguiente puede dar una idea de lo que significa ser lleno del Espíritu.


                                            SER LLENO DEL ESPÍRITU SANTO
                                         Efesios 5:18; Colosenses 2:6; Romanos 6:1-14

            Cada cristiano debe entrar, por la fe, en la vida llena del Espíritu Santo, por las razones siguientes:
1.         Porque es un mandamiento de Dios;
2.         Porque es la única manera de triunfar sobre el pecado en su vida;
3.         Porque es la única manera de servir al Señor.

            Cada cristiano tiene interés en entrar, por la fe, en la vida llena del Espíritu para conseguir los resultados siguientes:
1.         para disfrutar plenamente del gozo del Señor y de la vida abundante;
2.         para ser un vencedor;
3.         para ver actuar a Dios en su vida y en las vidas de los demás;
4.         para evitar desastres en su vida.

            Pero lo mejor es que cada cristiano puede entrar, por la fe, en la vida llena del Espíritu.  Este último es el tema que más nos interesa.

            Muchos creen que la plenitud del Espíritu Santo es la expe­riencia ideal, pero que no la pueden conseguir.  Muchos se con­formen con ser vencedores en el cielo, sin serlo ahora en la tierra.  Muchos se conforman con ser perdonados de sus pecados sin ser liberados de sus pecados.

            Y , ¿has llegado a la conclusión que para ti, una vida triunfante es imposible?

            Cada creyente puede entrar, por la fe, en una vida llena del Espíritu, siguiendo los pasos descritos en Romanos 6:

1)         SABER que todo ya está hecho para ti en la crucifixión y la resurrec­ción de Jesucristo. Romanos 6:6.
2)         CONSIDERARLO como siendo hecho en tu vida: aceptarlo, por decisión personal. Romanos 6:11.
3)         PRESENTAR tu vida en sus varios aspectos a Dios en lo prác­tico, por la fe.  Romanos 6:13; Colosenses 3:5.

            El ser lleno del Espíritu es como la salvación.  Para ser salvo, hay que saber que Jesús derramó su sangre por tus pecados.  Luego, hay que considerarlo como tuyo; aceptarlo perso­nalmente. Por último hay que aplicarlo por fe a los varios aspec­tos de tu vida, tus pecados, aprendiendo a de­cir: "Gracias Señor, ya me has justificado de esto, y esto, y esto..."  Es así la plenitud del Espíritu.

I.              HAY QUE SABER QUE TU VIEJO HOMBRE HA SIDO CRUCIFICADO CON ÉL (Romanos 6:6)
1.     No puedes prescindir de la doctrina y de su conocimiento.
2.     Tú no debes tratar de morir al pecado.  Ya está hecho.  No trates de crucificar a tu viejo "yo". Rom.6:2,3,6; Col.3:3,9.
3.     El "yo" es el único obstáculo a la plenitud del Espí­ritu Santo, y el "yo" fue crucificado con Cristo hace 2.000 años, a pesar de las apariencias.  Ya no hay impedimento sino tu propia incredu­lidad o ignorancia.
4.     No es cuestión de convencerte mentalmente mediante la concentra­ción o repetición de ciertos versículos, sino SABERLO, ESTAR ENTERADO, y descansar en este conocimiento.
5.     El pecado no tiene ningún poder sobre ti, ni para con­denarte, puesto que la sangre de Cristo se ha aplicado a ti, ni para esclavizarte, puesto que la crucifixión de Cristo ha sido aplicado a tu vida.
6.     El pecado actúa mediante tu carne, mediante tu "YO" (Romanos 7:14,18). El "YO" no puede dominar el pecado, porque el "YO" es el vehículo del pecado.  Pero si el "YO" ha muerto ya con Cristo, entonces ¡es otra cosa!
7.     La primera cosa es saber, sin ninguna duda, y contra toda evidencia, que tu carne ya ha sido crucificado juntamente con Cristo, y que tu has sido liberado de la carne y del pecado.
8.     ¿Estás dispuesto, ahora, por la fe, a decir:  "Yo sé que por la gracia de Dios mi carne ha sido cru­cificado juntamente con Cristo" ?

II.           HAY QUE CONSIDERARSE COMO MUERTE AL PECADO (Romanos 6:11)
1.     Aunque éste parece similar al punto anterior, hay que notar una diferencia muy importante entre saber y con­siderar.  Es como la diferencia entre ver una fiesta y disfrutar de la fiesta.
2.     La palabra traducida por "considerar" en Romanos 6, es una expresión de contabilidad.  Significa hacer una entrada en tus libros.  No puedes hacer una entrada en tus libros de contabili­dad de algo que no existe; de una venta o una compra o una adquisición cualquiera que no haya sido hecho.
3.     Por otro lado, sólo sacas provecho del dinero que tie­nes cuando cuentas con aquello.
4.     Ya sabes que tu viejo hombre, esclavo del pecado, ha muerto con Cristo, y que la vida de Cristo resucitado está en ti con todo su poder. (Romanos 6:4,5,8).  Lo sabes por doctrina, por enseñanza.  ¿Por qué no aprove­charlo ahora, por la fe, contando con aquello?
5.     Si quieres creerlo, puedes decir ahora, por la fe:  "Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que vivo ahora en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a si mismo por mí."  (Gálatas 2:20)
6.     Es una decisión que tú puedes, y debes, y tienes inte­rés en, tomar en este momento: la decisión de aceptar por la fe, lo que ya ha sido dado... y creer que lo tienes en seguida.

III.        HAY QUE ENTREGARSE, PRESENTARSE CON SUS MIEMBROS A DIOS (Romanos 6:13; Colosenses 3:5)
1.     No puedes volver a crucificar el "yo". Fue hecho una vez por todos, por Jesucristo.
2.     Una vez aceptado esta verdad, hay que aplicarlo por la fe a diversos aspectos de tu vida.
3.     En la tentación, dices: "Esto es una atracción para mi carne, para mi "yo", pero aquello ha sido crucificado ya, y ¡gracias a Dios, Cristo, que vive en mí, no cae en este pecado, sino lo rechaza!"
4.     Sin embargo, no puedes presentarte, ni presentar tus miembros a Dios antes de aceptar que has sido crucifi­cado con Cristo.
5.     Depende ahora de tu decisión personal.  ¿Quieres vivir según la carne, y tratar de combatir la carne con la carne? ¿o dejarás más bien que Cristo, por su Espíritu, viva y lucha victoriosamente en ti?

            Esta vida es la cosa más emocio­nante que hay, y es tuyo ya si la aceptas por la fe.  Es la vida llena del Espíritu de Dios.  La puedes tomar y vivir, a partir de ahora mismo.

            La pregunta importante es, pues, no tanto ¿quién tiene la interpreta­ción correcta de la plenitud del Espíritu?, sino ésta: ¿estás lleno del Espíritu?

            Para otro aspecto de la plenitud del Espíritu, que el estudiante lea las páginas 113-133 en La Persona y la Obra del Espíritu Santo, por René Pache.  El autor menciona el hecho que es indispensable que todo creyente sea lleno del Espíritu; habla de la confirmación de Jesús de que esta plenitud será disponible.  "Jesús le dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás" (Jn. 6:35); "En el último gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba.  El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva" (Juan 7:37-38).  En esas páginas Pache describe la experiencia de los primeros discípulos en el libro de los Hechos; comenta que Dios ordena que seamos llenos del Espíritu; describe el significado de esta plenitud; y luego explica cómo conseguir esta plenitud.  En su explicación menciona los pasos siguientes para ser lleno del Espíritu:
1.         Confesar a Dios todo pecado consciente y dejarse purificar por la sangre de la cruz
2.         Desear y buscar esta plenitud del Espíritu
3.         Entregarse a Dios totalmente, sin reservas, abriendo todo su ser a la influencia de Dios
4.         Creer que Dios le ha llenado de su Espíritu si ha cumplido las tres primeras condiciones.

            Estoy convencido de que uno de los mayores obstáculos es este último: creer.  Muchos creyentes cumplen las tres primeras condiciones, y siguen pidiendo la plenitud, pero no entienden esto de creer.  Si no ven alguna señal, no están dispuestos a creer que Dios ya ha cumplido su Palabra.  Lo que he explicado en las páginas 35 hasta 36, enfatiza especialmente este último aspecto.  Porque básicamente, es por la fe que andamos, en la misma manera en que primera­mente recibimos la salvación.

                                                   CONTRISTAR AL ESPÍRITU

"No contristáis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención" (Ef. 4:30).

            René Pache toca el tema de contristar al Espíritu, antes de tocar el de la plenitud.  Prefiero hacer el contrario, puesto que un creyente puede y debe estar lleno del Espíritu a partir de su conversión, sea consciente­mente o no, y es el hecho de contristar al Espíritu de Dios que interrumpe esta plenitud, y que hace necesario para el creyente que busque la plenitud del Espíritu.

            Cuando un creyente ha contristado al Espíritu
                        por su desobediencia, su negligencia de la espiritualidad y/o de la Palabra de Dios, su falta de respeto hacia la santidad, expresado en sus palabras, en sus pensamientos, o en sus actos,

            entonces interrumpe su comunión con Dios. 
                        No olvidemos que el Espíritu de Dios es el agente de la comunión o comunica­ción "la gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros. Amén." (2 Co. 13:14). 

            El Espíritu no se va del creyente. (Véase el estudio sobre la permanencia del Espíritu en el creyente).
                        Sigue morando en su corazón.  Pero parece silencioso.  El creyente empieza a sentir una tristeza, deja de sentir que la Palabra de Dios le habla; tiene la impresión cuando ora que está haciendo un ejercicio vano; y si la cosa dura, hasta puede endurecerse en una indiferencia hacia las cosas espirituales; su conciencia llega a ser mucho menos sensible hacia el pecado. 

            ¿Has conocido tal experiencia alguna vez en tu vida?  Estoy seguro que sí.  Si estás conociendo esta experiencia ahora, vuelva a repasar los pasos que ves en el libro de René Pache, y lo que hemos visto en esta lección, en Romanos 6.


LECCIÓN VII   ANDAR EN EL ESPÍRITU (II):


LA SANTIFICACIÓN

                                                                I Tesalonicenses 4
2.         Porque ya sabéis que instrucciones os dimos por el Señor Jesús;
3.         pues la voluntad de Dios es vuestra santi­ficación; que os apartéis de la fornicación
                                                            .....................................
7.         Pues no nos ha llamado Dios a inmun­dicia, sino a santificación.
8.        Así que, el que desecha esto, no desecha a hombre, sino a Dios, que tam­bién nos dio su Espíritu Santo.

            En su asignatura de la Escuela teológica a Distancia sobre Teología Sistemática, don Miguel Herbage dice: “Existe en las iglesias gran ignorancia acerca de la santificación y cómo se realiza, y donde no hay ignorancia, hay confusión.  En muchas iglesias, la única ayuda que reciben los miembros en la santifica­ción es en forma de constantes exhortaciones a leer la Biblia más, a orar más, a testificar más, a asistir con más regularidad a los cultos; pero siempre exhortaciones, exhortaciones y más exhorta­ciones, hasta que la gente se cansa."  Añade, luego: "Las normas bíblicas de conducta no son adecuadamente enseñadas y en conse­cuencia muchos creyentes aceptan un nivel inferior de rectitud en ciertos ámbitos, en sus relaciones cívicas y comerciales, por ejemplo."

            En muchos aspectos del tema del Espíritu Santo, parece que el mayor problema es el de la ignorancia de los creyentes.

            "No quiero, hermanos, que ignoréis acerca de los dones espirituales" (1 Co. 12:1).  Se traduce con más exactitud "No quiero, hermanos, que ignoréis acerca de los asuntos espirituales".  En 1 Co. 10, un capítulo que toca el tema de la tentación y de la resistencia a la tentación, Pablo empieza diciendo "Porque no quiero, hermanos, que ignoréis que nuestros padres todos estuvieron bajo la nube, y todos pasaron el mar...".

            Según el catecismo de Westminster, la santificación es definida como "la obra de la libre gracia de Dios, por la que somos renovados en el hombre completo según la imagen de Dios, y somos capacitados más y más para morir al pecado y vivir a la justicia"[6].  Vemos aquí el énfasis en el aspecto progresivo de la santificación "más y más", en contraste al aspecto puntual de la justificación: fuimos declarados justos una vez para siempre, mediante la imputación de la justicia de Cristo por medio de su obra en la cruz.  Ahora bien, al hablar de santificación, hay que recordar que ésta también tiene un aspecto puntual.  Pablo, en 1 Co. 1:2, expresa que está escribiendo "a la iglesia de Dios que está en Corinto, a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos con todos los que invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro".  Aquí vemos que son santificados, pero son también llamados a ser santos.  Existe un doble tiempo, un doble aspecto de la santificación.  Dios nos declara santos porque somos en Cristo: somos "apartados" para Dios, "sagrados" para él, siendo en Cristo.  Pero somos llamados a ser santos, en la práctica, en el andar diario.  Es este segundo aspecto, esta santidad a la cual son llamados "todos los que invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo" que solemos llamar la santifica­ción.  El otro aspecto, el puntual, solemos relegar a la doctrina de la justifica­ción.

            Nuestra santificación progresiva y práctica a la cual somos llamados, sin embargo, depende de la santificación absoluta, puntual que recibimos en Cristo.  ¿No es cierto que un vagabundo, que se enterara repentinamente que era hijo de reyes, perdido en su infancia, empezaría a comportarse en una manera distinta?  Solemos querer vivir lo que somos.  La santidad que tenemos en cuanto a nuestra posición en Cristo hace lógica la santidad en cuanto a nuestro andar diario con Cristo.  Y esta santidad práctica es el propósito de nuestra elección y salvación.  "Nos escogió en él (Cristo) antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él" (Ef. 1:4). "Quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras" (Tito 2:14).

            Ahora bien, el tema de la santificación práctica en nuestro andar diario con Cristo no se puede separar del tema de la plenitud del Espíritu Santo.  Los dos son uno: la plenitud del Espíritu es la santificación.  Hemos dicho en la lección anterior que hay varias expresiones en la Biblia que describen la misma cosa que la expresión "lleno del Espíritu".  A la lista de expresiones que citamos, habríamos podido añadir: la santifica­ción, y andar por la fe.  Pero hay muchos más.

            Nuestro breve estudio que hicimos en Romanos 6 nos enseña, en verdad, cómo andar en una manera apartada del pecado, y apartada para Dios (lo que sería una buena descripción de la santidad).  Pero hay que evitar un error serio: A veces un creyente que descubre el secreto de andar por la fe cree que ahora ha entrado en una vida de santificación, o de plenitud del Espíritu.  Se equivoca seriamente, y pronto lo notará.  Se trata de un andar diario.  Si no, no habrá cambio en su vida.  Su supuesta "santifica­ción" será sólo la triste memoria de alguna experiencia espiritual sublime que en realidad no ha cambiado nada en su vida de una manera duradera.

            En su asignatura de Teología Sistemática, Miguel Herbage hace una crítica de  "aquellos tipos de enseñanza sobre la santifi­cación que implican una santifica­ción repentina, un traslado de un momento a otro de cierto nivel inferior de santificación a un nivel superior, que luego llega a ser la experiencia constante.  Podremos ilustrar este tipo de doctrina de forma de diagrama:



Nivel superior de santificación
Acto de entrega:     Ü





Nivel inferior de santificación



            Comentando la variedad que hay de enseñanzas de este tipo, Herbage añade: “Pero dos puntos tienen todos en común; dos puntos que no tienen fundamento alguno en la Escritura, a saber: En primer lugar, que el paso o traslado del nivel inferior al plano superior es más o menos momentáneo y que se logra mediante cierto acto especial de fe, de consagración, de entrega, o lo que sea.  En segundo lugar que el estado o nivel superior que se alcanza mediante este cambio momentáneo, es luego constante.  No cabe duda que un determinado creyente puede, en ciertos momentos de su vida hacer pasos gigantescos de progreso en su vida espiritual.  Pero  cualquier idea de que hay un determinado acto de fe, entrega o lo que sea, que admite al creyente que lo realiza en un estado espiritual superior, que le pone en una clase superior, es ajena a la Biblia."

            Creo que hay dos extremos contra los cuales hemos de estar en guardia.  Por un lado, el creer que se entra en un período de santificación mediante un acto de fe, y que se permanece allí (porque no se trata de un acto de fe, sino una vida de fe); y por otro lado, creer que no hay santificación de este tipo para el creyente: que sólo ha de esforzarse, reforzando su carácter, y orando a Dios que le ayude.

            Otro error, que fue muy común en el siglo XVIII, y que fue populari­zado por John Wesley, es creer que se puede entrar en una vida de santificación en que ya no se peca más.  Después de cierta experiencia espiritual, que puede tener lugar unos pocos meses después de la salvación, o unos cuantos años después, ya has dejado de pecar: ya has entrado en la santificación completa.  Fue en este contexto que Wesley habló de la demostración absolutamente segura y final que son los sentimientos personales del corazón.  El apóstol Juan descarta esta doctrina de una manera bastante clara:

            "Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros.  Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.  Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros" (1 Jn. 1:8-10).  Es interesante que en el v. 9, cuando habla de confesar nuestros pecados, Juan utiliza la palabra griega omologvmen, que es en el presente, que puede ser tan continuo como puntual.  En otras palabras no se trata necesariamente de confesar en un momento, por ejemplo la conversión, sino "Si seguimos confesando".  Pero ¿cómo seguir confesando nuestros pecados si hemos entrado en un estado de santificación completa, como lo dice Wesley?  Es una doctrina muy peligrosa, porque gente que adopta esta creencia cae en la trampa del orgullo espiritual por un lado, un orgullo fatuo, y por otro lado se endurece contra el pecado.  Si el marido es duro con su mujer no está pecando, está ejerciendo su responsabi­lidad de autoridad.  Si alguien pierde los estribos no ha pecado, fue una ira justificada.  Si cae en algún otro pecado, en fin, es una debilidad de la carne pero no un pecado.  El ser humano es un genio para justificar sus propias contradicciones.

            Nuestra santificación es obra de Dios (Jn. 17:17; 1 Ts. 5:23).  Sin embargo, estamos llamados a andar en esta santidad, y apropiar­nos esta obra del Espíritu Santo que es la santificación: apropiár­noslo y seguir apropiándonoslo.

            ¿Por qué hay tan poca santidad evidente en la iglesia de Dios?  Creo que es por un evangelismo fallado.  Al evangelizar a las personas, al explicarles el camino de salvación, descuidamos la verdad de que la santidad es una parte íntegra de la salvación.  Descuidamos a veces poner el énfasis en el pecado, y implicamos que Jesús murió en la cruz para salvarnos de nuestros problemas en vez de salvarnos, separarnos, de nuestros pecados.  No enseñamos la santidad de Dios, ni comunicamos un horror del pecado.  Cuando las personas se convierten, o hacen profesión de convertirse, nos preguntamos por qué son tan poco convincente; por qué el mundo no está impresionado por la presencia de los cristianos.  Falta, como dice Miguel Herbage, "el testimonio de vida que es imprescindible para hacer creíble el testimonio de palabra".  Por esto añade: “Hay que poner en claro que el evangelio tiene que ver con el pecado y no sólo con nuestros problemas.  Cristo vino a liberarnos de nuestro pecado.  La salvación en el sentido bíblico y espiritual quiere decir separar a un hombre de su pecado.  Hay que poner en claro que la conversión es solamente el primer paso en la salva­ción, que continúa durante toda la vida y culmina en la segunda venida de Cristo.  No vienes a Cristo para tener gozo, ni para la solución de tus problemas, ni principalmente para el perdón de tus pecados y la liberación de la condenación eterna, sino principal­mente para ser separado de tu pecado y perfeccionado en la imagen de Cristo. Si no quieres ser separado de tu pecado entonces no te interesa el evangelio."


        LA SANTIDAD, OBRA EXCLUSIVA DE DIOS, POR MEDIO DEL ESPÍRITU

            "No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta" (Ro. 12:2).  Este texto puede hacernos pensar que la renovación del entendi­miento es obra nuestra. Sin embargo, Jesús comunicó claramente que la regeneración era obra de Dios "de arriba", "del Espíritu". (Juan 3:1-7).  Aquí se trata de aplicar esta regeneración en una manera práctica a nuestras mentes, nuestra manera de pensar, lo que significa una decisión consciente de hacerlo; una elección personal entre la manera de pensar de este siglo, y la manera de pensar de Dios.  Sin embargo, ha de hacerse en una dependencia completa de Dios.

            En la misma manera, la elección personal está implicada en cuanto a la santificación, pero es obra enteramente de Dios.  "Somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas" (Ef. 2:10).  Es obra de Dios; nosotros tenemos, sin embargo, que andar en estas obras.  Pero no lo podemos hacer sin que Dios lo haga en nosotros.

            La santificación es andar en dependencia total del Espíritu de Dios.  "Digo pues, andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne  Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis  Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley ...Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley" (Gá. 5:16-18; 22-23).

En este pasaje vemos que:

I                     Andar en el Espíritu es el secreto para no ser carnal
1   Es reemplazar una cosa con otra.  (Ejemplo de quitar el aire de un vaso por el simple medio de llenarlo con agua).
2   Se trata de una elección personal continua.

II                  Andar en el Espíritu es el medio más eficaz para luchar contra el pecado
1        ¿"Más eficaz"?  Es el único medio.  No podemos luchar por nosotros mismos.  Sería la carne contra la carne.  ¿Quién ganaría?  La carne. Y la carne tiende a pecar.
2        Hay que aprender a depender del Espíritu, reconociendo nuestra debilidad.  Este "aprender" en la práctica es el crecimiento en la madurez cristiana.
3        El orgullo personal no puede tener fuerza contra el pecado.  Ni siquiera el "orgullo espiritual" o religioso.
4        Pero si dependemos del Espíritu, andando conscientemente en el Espíritu, entonces ya tenemos la "victoria" tan rebuscada.  (En realidad no se trata de victoria tanto como obediencia).

III               Es el Espíritu en nosotros, mientras andamos por él, que produce las cualidades de carácter que pertenecen a la santidad.
1        La carne produce sólo las obras de la carne.
2        El Espíritu produce el fruto del Espíritu (Gá. 5:22-23).
3        Por un lado, sin esfuerzo, naturalmente, porque es su naturaleza.
4   Nuestro esfuerzo, pues, no ha de ser de producir el amor, gozo, paz..., sino de andar en el Espíritu (o andar por la fe - Col. 2:6).


LECCIÓN VIII   ANDAR EN EL ESPÍRITU (III)


LA CONSOLACIÓN DEL ESPÍRITU

"Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre" (Jn. 14:16)
"Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho" (Jn. 14:26)
"Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí" (Jn. 15:26)
"Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré" (Jn. 16:7)

            La palabra "consolador" aquí es exactamente la misma palabra que encontramos en 1 Juan 2:1 "Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo".  En este texto la palabra es "abogado". En el griego, es la palabra ParaklhtoV (parakletos).  Separada en dos palabras, tenemos   Para klhoV (para kletos) "al lado de", y "llamado".  Quien es "llamado al lado de alguien" bien puede ser, en un caso, según la necesidad, un abogado; en otro caso, alguien para consolar; en otro, alguien para animar, o exhortar.  Justamente, la palabra para "exhortar" (por ej. en Romanos 12:8) es también la misma, en su forma de verbo: parakalew (parakaleo).  Hasta se ve la misma palabra traducida "ruego" en Romanos 12:1.  Pero me parece que allí se podría igualmente haber traducido "exhorto" (como lo hace en la versión francesa de Louis Segond, y en la Biblia Reina-Valera revisada en '77).  Así que si el Espíritu es el parakletos, es porque está llamado a nuestro lado para fortalecer y animarnos.  En el contexto de los versículos que hemos mirado en Juan 14 hasta 18, podemos ver el aspecto de "consolar", supliendo la ausencia de Cristo.  René Pache subraya este aspecto del ministerio del Espíritu Santo al citar Isaías 63:14 "El Espíritu del Señor los pastoreó, como a una bestia que desciende al valle; así pastoreaste a tu pueblo, para hacerte nombre glorioso".  Así que no era únicamente en el Nuevo Testamento que se le veía como Consolador.  No hay creyente que pueda decir que nunca ha necesitado el ministerio del divino Consolador, para dar descanso, para sanar heridas espirituales y emocionales, para dar ánimos y valor en momentos de miedo o incertidumbre.  Después de las amenazas de los jefes en Jerusalén, los discípulos sintieron la necesidad de este ministerio, y se lo pidieron en su oración de Hechos 4:24-30, y el resultado fue que hablaron la Palabra de Dios con denuedo.

            Su ministerio de "parakletos", sin embargo, toma otros aspectos cuando lo vemos en el libro de Hechos.  Allí es un "poder": “Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra" (Hch. 1:8), y lo vemos obrando en poder con los discípulos por todo el libro de Hechos.

            La palabra "parakletos" o "el que está llamado al lado de"  implica que está llamado al lado de nosotros para hacer lo que no podemos hacer por nosotros mismos.  Un abogado hace esto: No sabemos presentar nuestro caso ante un juez, haciendo uso de todas las posibilidades legales.  Un experto legal lo hace por nosotros, un experto que llamamos "abogado".  En el caso del Espíritu, el "parakletos" hace en los creyentes lo que no pueden hacer por sí mismo.  Esto hasta incluye la santificación.

LA ENSEÑANZA DEL ESPÍRITU

            "Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho" (Jn. 14:26)   "Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir" (Jn. 16:13).

En estos dos versículos, que nos hablan de la enseñanza que el Espíritu Santo nos da, hemos de ver dos aspectos de esta enseñanza.  Primero, y más importante, Jesús estaba prediciendo la inspiración de las Escrituras, del Nuevo Testamento.  Es mediante las Escrituras que el Espíritu Santo enseña a la Iglesia o al creyente individual.  Los primeros discípulos, al escribir los Evangelios y las epístolas, tuvieron que recordar todo lo que habían oído de Jesús.  Pero también tuvieron que exponer doctrinas que todavía no habían sido enseñadas plenamente.  Y por fin, en algunos libros como en Apocalipsis, vemos como el Espíritu Santo revela las cosas futuras.  Hemos desarrollado este aspecto del ministerio del Espíritu ya en la tercera lección sobre el ministerio del Espíritu Santo antes de Pentecostés, y su inspiración de las Escrituras.

            Otro aspecto, sin embargo, muy importante para la Iglesia, es la iluminación por el Espíritu. El Espíritu Santo nos ayuda a entender las Escrituras, no al darnos explicaciones que no tienen que ver, o que poco tienen que ver, con lo escrito (tales explicaciones podrían venir del espíritu humano, o de algún espíritu maléfico, pero no del Espíritu Santo; Pablo, en 1 Ti. 4:1, se refiere a "doctrinas, [o enseñanzas] de demonios"), sino al hacernos ver lo que está escrito, y llamar nuestra atención a otros pasajes que nos ayudan a entender lo que leemos.  El Espíritu Santo nos ayuda también a ver cómo aplicar las enseñanzas de las Escrituras a nuestra vida, y cómo aplicarlas a las vidas de las personas hacia quienes nos ha dado un ministerio.  Si es del Espíritu Santo, sin embargo, siempre estará conforme a lo que enseñan las Escrituras.  La iluminación por el Espíritu Santo, por tanto, no nos da una excusa para ignorar las Escrituras.  ¡El mismo Espíritu que inspiró Proverbios nos advierte contra la pereza!  Y Pablo exhorta a Timoteo que se aplique a la lectura y estudio de las Escrituras.  El Espíritu Santo, pues, no tiene como ministerio el compensar nuestra pereza porque no queremos aplicarnos a estudiar las Escrituras.  No nos anima a pecar, y la pereza es pecado.

            Es el Espíritu Santo también que nos enseña a conocer al Señor. René Pache subraya cómo esto es un elemento del Nuevo Pacto, prometido por medio de Jeremías y citado en Hebreos 8.

     "He aquí que vienen días, dice el Señor, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y la casa de Judá.  No como el pacto que hice con sus padres el día que tomé su mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos invalidaron mi pacto, aunque fui yo un marido para ellos, dice el Señor.  Pero éste es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice el Señor: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios y ellos me serán por pueblo.  Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce al Señor; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice el Señor, porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado". (Jer. 31:31-34).

            Es de este aspecto que el apóstol Juan habla en 1 Juan 2:27  "Pero la unción que vosotros recibisteis de él permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; así como la unción misma os enseña todas las cosas, y es verdadera, y no es mentira, según ella os ha enseñado, permaneced en él".  Hay algunos creyentes que han dicho:  "Pues no necesito que me enseñen a la iglesia; puedo prescindir de la Escuela Dominical;  si quiero servir al Señor tampoco necesito seguir cursos bíblicos; ya tengo la unción del Espíritu Santo que me enseña."  Se equivocan, porque el mismo apóstol Juan que dice esto está escribiendo una carta, una epístola, en la cual está enseñando a sus lectores.  Juan se refería aquí a la promesa del Nuevo Pacto, diciendo que es la unción del Espíritu que nos enseña a conocer al Señor.  Nadie puede enseñarnos esto.  A una persona se le puede enseñar el camino de la salvación toda la vida sin que él conozca al Señor. Esto es estrictamente la obra del Espíritu.  Esto va por las demás enseñanzas bíblicas.  Humanamente les enseñamos a la mente de las personas, pero sólo el Espíritu Santo puede enseñarlas al corazón de la persona, aplicándolas a la vida.  No podemos prescindir, ni del uno, ni del otro.  Las cartas de Pablo a Timoteo también hacen claro la importancia de la enseñanza "a los hermanos" (1 Ti, 4:6), y en la epístola a Tito pone como una condición de ser obispo (o anciano) el saber enseñar las verdades bíblicas a los demás.  También nos podemos preguntar por qué la enseñanza es un don tan importante en 1 Corintios 12, y en Romanos 12.  El Espíritu enseña, pero para hacerlo, utiliza las enseñanzas que vienen de la Biblia, y del ministerio de enseñanza en la iglesia local.  Lo que hace el Espíritu es enseñarnos cómo aplicar estas verdades a nuestra vida.  También nos ilumina para que entendemos estas enseñanzas.  Claro está, esto demuestra una vez más la importancia de andar en el Espíritu.




LA GUÍA DEL ESPÍRITU

Hemos visto en nuestra primera lección cómo el Espíritu Santo guía a los creyentes.  En el libro de Hechos les guió para que evangelizaran al mundo.  Guió a Felipe en una manera directa (parece haber hecho uso de una voz) para que se acercara al eunuco de Etiopía (Hch. 8).  Guió a Pedro a seguir a los mensajeros de Cornelio hasta su casa.  Guió a la iglesia local en Antioquía para que enviaran a Saulo (Pablo) y Bernabé a evangelizar otros países.  Guió a los primeros misioneros a cada país y ciudad.  Guió al equipo de Pablo y Silas para que no vaya a ciertas regiones sino que fueran a Macedonia  (aquí parece haber una serie de cosas: una fuerte convicción interior, un sueño, el sentido común del equipo, y su unanimidad).  En Hechos 15 leemos cómo el Espíritu les guió en cuanto a la aceptación de los incircuncisos en la iglesia.

            Todavía hoy el Espíritu nos guía, nos conduce, y hemos de aprender a ser sensibles a su voz.  No se trata de una dirección como la que pretenden seguir ciertos practicantes de ciencias ocultas.  No se trata de oír voces, seguir señales, interpretar augurios, etc.  Nos guía con la lectura de la Biblia, la oración, y una interpretación bíblica de las circunstancias.  Puede poner una fuerte convicción en nuestros corazones, que confirmará con las circunstancias, y que estará en perfecto acuerdo con la Biblia.  Sacaremos provecho de esto mientras andemos en una perfecta dependencia del Espíritu, "andando en el Espíritu". 

            René Pache, en las páginas 156-158 nos describe unas condiciones con las cuales el Espíritu nos guiará:

1) Debemos creer que el Espíritu nos guía
2) Debemos permanecer en comunión con el Espíritu
3) Debemos abandonar nuestra voluntad propia
4) Debemos saber esperar con paciencia.

            Una vez más, podemos ver que todo esto es la descripción de una vida de fe.


LECCIÓN IX      EL ESPÍRITU SANTO Y LA IGLESIA (I)


SU PAPEL CENTRAL EN LA IGLESIA

            René Pache, en su libro, describe cómo el Espíritu Santo:

constituye la Iglesia,
asegura la unidad de la Iglesia,
hace de la Iglesia su templo,
otorga dones a la Iglesia,
gobierna la Iglesia,
provee al crecimiento de la Iglesia, y
pone a Cristo como Cabeza de la Iglesia. 

            Sería muy importante que el estudiante leyera las páginas 159-168 en el libro LA PERSONA Y OBRA DEL ESPÍRITU SANTO.

            Vuelvo a citar a Don Miguel Herbage en su asignatura de Teología Sistemática (Tercer Módulo).  Nuestro hermano dice: “Cada una de las tres personas de la Deidad tiene su función particular.  El Hijo cumple lo que el Padre propone y la función especial del Espíritu Santo es la de aplicar y llevar a la eficacia lo que el Hijo cumple.  Es la función del Espíritu Santo hacer eficaz la obra cumplida de Cristo en favor de su Iglesia y de cada individuo en ella.  En la intención divina, la obra de Cristo había de tener tres puntos, a saber, traer ciertas bendiciones y beneficios a la raza humana entera, fundar y establecer la iglesia de la nueva dispensación y salvar, en el sentido más completo de la palabra, a cada individuo que el Padre le había dado de acuerdo con el Pacto de la redención hecho antes de la fundación del mundo.  Es el Espíritu Santo quien asegura que estos frutos de la obra cumplida de Jesucristo se hagan realidad.  Por lo tanto es activo en tres ámbitos, aplicando y haciendo realidad esos frutos de la obra cumplida de Cristo, a saber, en el mundo en general, en la Iglesia, y en el creyente.”

            El tema de la iglesia, y cuando hablamos de iglesia hay que enfatizar generalmente "iglesia local", es sumamente importante en la Biblia y por tanto en la vida cristiana.  Desgraciadamente ha sido muy mal entendido por todos los siglos, cada uno definiendo la iglesia como bien le parecía, y dando poca importancia a una teología bíblica de la iglesia.  Miguel Herbage dice:

            “Empezamos con un concepto equivocado de lo que es la iglesia y en consecuencia nuestra vida eclesial sufre las consecuencias; nuestras iglesias sufren las consecuencias.  Empezamos con un concepto equivocado de lo que es una iglesia y en consecuencia gobernamos la Iglesia equivocadamente - mediante el parecer o el gusto de la mayoría en lugar de buscar la voluntad del Señor y su dirección mediante su Espíritu.  Empezamos con un concepto equivocado de la Iglesia y en consecuencia no sabemos lo que es el ministerio, ni la posición del ministro.  Tampoco tenemos ideas adecuadas acerca de la naturaleza y objetivos de la disciplina eclesial.  Los evangélicos damos poca seriedad a las divisiones y cismas en el cuerpo de Cristo.  Demasiado fácilmente recurrimos a las divisiones como solución a nuestros disgustos y dificultades de convivencia.  Muchas veces se dice que las iglesias evangélicas se multiplican mediante la división.  Tenemos que recuperar el sentido bíblico e histórico de Iglesia... La Iglesia no es una aglomeración fortuita de individuos sino una entidad distinta, con personalidad propia, formada intencionadamente por Dios.  Este pueblo he creado para mí; mis alabanzas publicará (Is. 43:21).  Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de Aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable (como la creación original) (1 P. 2:9).  Para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la iglesia (y no el indivi­duo) a los principados y potestades en los lugares celestiales (Ef. 3:10).  Dios propuso desde el principio formarse una iglesia para su propia gloria y para ser la esposa de su amado Hijo.” 

            Nuestro hermano sigue describiendo la iglesia a partir de lo que él ve como siendo la iglesia en el Antiguo Testamento.  Si se puede hablar, sin embargo, de "iglesia" en el Antiguo Testamento, tiene que ser en una manera muy distinta de la del Nuevo Testamento, y hasta me parece que se tiene que forzar un poco la definición de Iglesia.  Si el pueblo escogido, descendiendo de Abraham, fue iglesia, no lo era en el sentido de ser un cuerpo de personas redimidas del pecado, y teniendo a Cristo por cabeza.  Creo que es más apropiado hablar del "pueblo de Dios", "nación escogida" del Antiguo Testamento, como siendo un tipo del Cuerpo de Cristo, la Iglesia, en el Nuevo Testamento.  La "Nación Escogida" del Antiguo Testamento, por ejemplo, no consistía sólo en personas salvas, creyentes.  No habían conocido, todos, la conversión personal al Señor, aunque muchos de ellos, seguramente que sí, según la época que se estudie.  La Iglesia del Nuevo Testamento, por otro lado, es un cuerpo espiritual de personas, cuerpo en que todos sus miembros son personalmente convertidos a Cristo.


EL PAPEL INICIAL DEL ESPÍRITU EN LA IGLESIA, Y LA UNIDAD DE LA IGLESIA

            Ahora bien, el papel del Espíritu es colocar a cada miembro en este Cuerpo de Cristo, en la Iglesia.  Y esto es el sentido más exacto del bautismo del Espíritu Santo.  "Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu" (1 Co. 12:13).  Lo milagroso de esta obra es que está compuesta de personas de toda raza, nación, y cultura, desde sus principios, y todos son, ahora, de una misma familia.  Hasta en la eternidad seguiremos siendo llenos de admiración, junto con los veinticuatro ancianos, y los cuatro seres vivientes "porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje, y lengua, y pueblo y nación" (Ap. 5:9).  En la Iglesia de Cristo no hay lugar para historias de "payos y gitanos", o de "blancos y negros"; en la Iglesia de Cristo no hay lugar para grupos que van por las calles en busca de algún inmigrado de Yugoslavia, o alguien de raza negra, o algún extranjero, para molestar y amenazar.  Todos somos hermanos.  Es nuestro refugio.  En cuanto a lenguas, todos aprendemos a hablar una misma lengua, la lengua del amor.  Cuando no somos así, contradecimos toda la idea de iglesia.  Ya no nos reconocemos como siendo colocados "en Cristo", sino "payos en Cristo", "gitanos en Cristo", "Evangélicos libres en Cristo", "Hermanos cristianos en Cristo", "Bautistas en Cristo", "Pentecostales en Cristo", ¡y a veces nos atrevemos pensar, casi, que nuestra "marca" particular es la única que está "en Cristo"!  Leí una vez propaganda de una iglesia que pretendía que todos los cristianos estaban en la "familia de Dios" pero que sólo aquellos que eran miembros de su iglesia, o de otras parecidas y relacionadas, eran miembros de una "iglesia de Dios".  Nada más lejos de la realidad de la Iglesia en el Nuevo Testamento.  No hay algunos que están "dentro" y otros que están "fuera".  Si una organización eclesiástica ha dicho "fuera de la Iglesia no hay salvación", me parece que podemos contestar que es más bien "En la salvación no hay <fuera de la Iglesia>".  Es decir si uno es salvo, está en la iglesia, que lo sepa o no.  Puede ser, sin embargo, que no esté disfrutando activamente de esta relación en la iglesia.

            El Espíritu Santo desarrolla y garantiza la verdadera unidad espiritual de la Iglesia, y toda otra clase de unidad que rebuscamos está destinado al fracaso.  Pablo exhortó a los cristianos de Éfeso que sean "solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz", y les recordó en este contexto que sólo hay "un cuerpo, y un Espíritu" (Ef. 4:3-4).


EL ESPÍRITU SANTO Y LA MEMBRESÍA DE LA IGLESIA

            Si la Iglesia es el cuerpo de Cristo (Ef. 1:22-23), entonces el texto de 1 Co. 12:13 hace claro que es el Espíritu Santo que pone a una persona en la Iglesia.  Ninguna agencia humana puede hacer esto, ni siquiera la misma iglesia.  Lo único que una iglesia puede y debe hacer, es reconocer sus miembros.  Por ejemplo, si es una iglesia de gobierno "congregacionalista", como lo son muchas iglesias evangélicas, llega a ser necesario saber quién es miembro.  El peligro radica en querer determinar quien es miembro, cuando eso es un asunto del Espíritu Santo.  La diferencia es muy sutil.  Por ejemplo, en muchas iglesias, hay una votación de la congregación para "recibir" a un nuevo miembro.  Cuando esto significa que están reconociendo que a su parecer el Espíritu Santo ya ha hecho de esta persona un miembro de la iglesia, otorgándole así el derecho de voz y voto en las decisiones de la iglesia, y el privilegio de servir en la iglesia, está bien.  Pero si se creen capaces de decidir por sí mismo de hacer de esta persona un miembro, se frustrarán.  No pueden hacer de una persona un miembro de la iglesia si el Espíritu Santo no lo ha hecho.  Y si el Espíritu Santo lo ha hecho ya, pues no pueden hacer más que reconocerlo.  Por otro lado, un creyente que quiere "ir por libre", sin ser miembro de una iglesia, está viviendo una contradicción.  El Espíritu Santo ya ha hecho de él un miembro de una iglesia local, y este creyente se está negando a vivir el testimonio que el Espíritu Santo le ha dado.  "Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos" (Hch. 2:47).


                      EL ESPÍRITU SANTO Y EL DESARROLLO DE LA IGLESIA

            Si Cristo, Dios el Hijo, es la Cabeza de la Iglesia, el vínculo estrecho, sin embargo, con el Espíritu Santo, es obvia, cuando vemos el nacimiento y el desarrollo de la Iglesia Novotestamentaria[7].

            La iglesia nació en el día de Pentecostés (Hch. 2), y fue el Espíritu Santo que la "dio a luz", bautizando a los creyentes en un sólo cuerpo.  En el mismo libro de Hechos, vemos el desarrollo de la Iglesia y del concepto de Iglesia, bajo la guía del Espíritu Santo.  Cómo hemos visto al considerar el tema del bautismo del Espíritu Santo, la Iglesia se desarrolló en tres etapas: primero, los judíos que se convirtieron a Cristo a partir de Hechos 2, fueron bautizados en el cuerpo de Cristo por el Espíritu Santo.  Luego, en Hechos 8, vemos a los samaritanos, que son circuncidados como los judíos, y de raza mixta, con una religión mezclada entre algunos principios del Pentateuco, y mucho paganismo.  Éstos, proscritos por los judíos por causa de su religión y su raza, fueron también admitidos, bautizados en el Espíritu en el cuerpo de Cristo.  Finalmente, en el capítulo 10, para asombro de Pedro y de los demás discípulos, los gentiles (los de la incircuncisión, paganos, sin relación con el judaísmo, ni por raza ni por religión, practicando, generalmente, el politeísmo) se convirtieron a Cristo, aceptando el Evangelio, y fueron bautizados por el Espíritu en el cuerpo de Cristo.  Ahora, pues, judíos, samaritanos, y gentiles, formaban un solo cuerpo en Cristo, y esto fue obra del Espíritu Santo.  Todos tienen el mismo privilegio, el mismo acceso a Dios; ya no hay distintas clases, o niveles de privilegio espiritual.  "Los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre" (Ef. 2:18).  Fue el Espíritu que dio a luz, y fue el Espíritu que hizo crecer la iglesia y la desarrolló.  "Todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu" (Ef. 2:21-22).  De ciertos modos se puede comparar al cuerpo humano de Cristo cuando estuvo en la tierra.  Nació por medio del Espíritu Santo: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios" (Lc. 1:35).  Luego, en Lucas 2:40, leemos que "el niño crecía y se fortalecía, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios era sobre él", y en el v. 52: "Y Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres".  En el v. 40, es claro que la obra del Espíritu Santo está implicado en este crecimiento, siendo "la gracia de Dios... sobre él".  Vemos el paralelo en cuanto a la Iglesia, en Hechos 2:47 "alabando a Dios, y teniendo favor (gracia) con todo el pueblo.  Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos".

            Tendríamos que volver atrás en nuestro estudio, ahora, y recordar cómo el Espíritu Santo guió la Iglesia en sus decisiones y movimientos.  Hemos estudiado ya cómo el Espíritu Santo guió a Pedro hacia los primeros gentiles para que fuesen admitidos en el cuerpo de Cristo.  Hemos visto cómo el Espíritu Santo guió al concilio en Jerusalén en cuanto a recibir, sin poner trabas a los incircuncisos (Hch. 15).  Hemos visto, también, cómo el Evangelio se extendió hasta Europa por la dirección del Espíritu Santo, y hasta fue el Espíritu Santo que guió a Pablo para que volviera a Jerusalén en una situación en que sería detenido y llevado a Roma, para que el Evangelio se extendiera también allí.  Desde entonces, todo el progreso y desarrollo de la Iglesia de Dios se ha hecho por medio del Espíritu Santo.  Lo que se ha hecho por las organizaciones humanas, por el estado, por la política, siempre ha resultado en un fracaso.

            Es también el Espíritu Santo que enseñó a la Iglesia por medio de las epístolas, y la Palabra de Dios en general.  Hasta que fueran escritas las epístolas, el Espíritu guió y enseñó a las iglesias locales por medio de profecías y revelaciones.

CONCLUSIÓN

            Es interesante notar la comparación que René Pache hace entre el papel del Espíritu Santo hacia la Iglesia, y el papel de Eliezer hacia Rebeca en Génesis 24.  Allí, Eliezer fue enviado por el padre de Isaac para buscar una esposa para Isaac.  El Espíritu de Dios fue enviado por el Padre  para buscar la esposa de Cristo: la halla, la convence de la gloria de Cristo, la viste de una manera digna, la conduce a Cristo, en dos sentidos, primero en la conversión, y al final, en una manera física, arrebatándola "en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor" (1 Ts. 4:17).  René Pache menciona el hecho de que como Eliezer no habló de sí mismo, sino del hijo de Abraham, en la misma manera, el Espíritu no habla de sí mismo, sino del Hijo.  El Espíritu Santo, al buscar la Iglesia para el Esposo divino, la llama, y la llama fuera del mundo.  La palabra "Iglesia" implica esto.  Es una translitera­ción de la palabra griega, eklhsia (eklesia).  "ek" significa "fuera de", y "klesia" significa "llamados juntos".  La Iglesia es el pueblo de Dios llamado por el Espíritu Santo a apartarse, "fuera del" mundo, y a reunirse juntos, en preparación para la gran boda del Cordero.

            Este último comentario se basa, seguramente, en una interpretación errónea de Juan 16:13 en el francés, como en el inglés, donde dice, en una manera ambigua: "no hablará de sí mismo, sino que...".  Nuestra traducción en castellano es mucho más claro, diciendo: "no hablará por su propia cuenta".  Claro está, al inspirar las Escrituras, el Espíritu Santo tiene que hablar de su propia persona.  Sino, no tendríamos doctrina del Espíritu Santo.  Esta idea ha sido responsable por la negligencia de la doctrina del Espíritu Santo en ciertos círculos de habla francés e inglés.  Esta interpretación se ha hecho en reacción al movimiento Pentecostal, y no como resultado del estudio de las Escrituras.

            Es verdad, sin embargo, que el propósito del Espíritu Santo no es de fijar nuestra atención sobre su propia persona, sino sobre el Hijo.  No es en vano que se le llama "Espíritu de Cristo". "Él me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber".  Esto es el papel principal del Espíritu.


LECCIÓN X     EL ESPÍRITU SANTO Y LA IGLESIA (II)


EL SERVICIO Y LOS DONES


"No quiero, hermanos, que ignoréis acerca de los dones espiri­tuales" (1 Co. 12:1)

o, más literalmente:

"No quiero, hermanos, que ignoréis acerca de las cosas espirituales"


            Si hay un tema en que hay confusión entre el pueblo evangélico, es el tema de los dones espirituales.  Unos creen que los dones espirituales ya no existen.  Otros creen que los dones son para un cierto "elite" en la iglesia.  Otros dicen que todos los dones, sin excepción, que aparecieron en los tiempos apostólicos, existen todavía hoy, mientras otros están convencidos que ciertos dones siguen hoy, pero otros no.  Entre estos últimos, existe el debate sobre cuáles dones existen, y cuáles han desaparecido.  Hay también el argumento sobre la naturaleza de los dones (por ejemplo de profecía).  Y seguramente el mayor debate se ha hecho alrededor del don que Pablo llamó el menos importante: el don de lenguas.  Hay tanto debate sobre el tema, que muchas veces cuando se anuncia una conferencia sobre el Espíritu Santo, la gente está convencido de que se hablará de los dones, y particularmente del don de lenguas, en pro o en contra.

            No es sorprendente, sin embargo, que la cuestión de los dones espirituales sea tan debatida hoy: fue igualmente objeto de controversia en la iglesia primitiva, al menos en un lugar importante: Corinto.  Y gracias a aquella controversia, tenemos hoy una enseñanza apostólica sobre el tema.  Otra razón por la cual hay tanto debate sobre el tema, es que afecta las cuestiones tan prácticas como el servicio al Señor, el ministerio público, y el orden en la Iglesia.  Además, el argumento influye la cuestión de la revelación: si la revelación está cerrada con las Escrituras o no.  Por tanto, ¡la cuestión tiene importancia!  No podemos prescindir de estudiar el tema en esta serie de estudios.

            Ahora bien, el estudiante tendrá que hacer muestra de paciencia y de tolerancia, así como de una mente abierta, mientras emprendemos este estudio.  En algún aspecto de este tema, cada uno tendrá sus convicciones hechas, y seguramente encontrará alguna diferencia en algún punto con lo que diremos aquí.  La tentación, al hallar algo que contradice sus convicciones, será que el estudiante cierre su mente a lo que sigue.  Espero algo mejor por parte de los que siguen esta asignatura.  Aun quedando convencido de que algo que se dice sea erróneo, el estudiante puede aprender algo de lo que seguirá.

            En la primera epístola a los Corintios, Pablo nos da dos capítulos sobre el tema de los dones espirituales y su ejercicio en la iglesia.  En Efesios también toca el tema en el capítulo 4.  No sólo da una breve lista allí, pero habla del propósito de los dones.  Y en Romanos 12 tenemos otro capítulo sobre el tema.

                                                      RECIBIENDO LOS DONES

            En primer lugar, sin embargo, examinaremos la cuestión de cómo un creyente recibe un don espiritual.

¿Se recibe por imposición de las manos?

            En 1 Timoteo 4:14, leemos esta exhortación a Timoteo: “No descuides el don que hay en ti, que te fue dado mediante profecía con la imposición de las manos del presbiterio".  Este texto, tal como está traducido en castellano, puede dar a entender que la imposición fue la manera en que se comunicaba un don espiritual.  La expresión "mediante profecía con la imposición de las manos" viene de dia projhteiaV meta epiqesewV tvn ceirvn (dia profeteías meta epitheseos ton keiron) en el griego.  Sin embargo, C.F.D. Moule, en su libro "An Idiom-Book of New Testament Greek" (Cambridge University Press), analiza el uso de la palabra dia (día), que está traducida "mediante".  Esta preposición tiene el significado literal de "a través de", y con la forma genitiva puede significar "a través de", "por medio de", "después de", y "junto con", o "en el ambiente de". Este último significado es importante, implicando que la preposición se refiere sencillamente al ambiente que había cuando algo tuvo lugar.  Esto sería lógico aquí: Pablo estaría describiendo el ambiente en que Timoteo recibió su don espiritual.  Había profecía, y la imposición de las manos.  No significa necesariamente que la imposición de las manos fuera el medio por el cual Timoteo recibiera su don.  El otro texto se encuentra en 2 Ti. 1:6  "Por lo cual te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está en ti por la imposición de mis manos".  Tenemos aquí la misma construcción, aplicada directamente a la imposición de las manos.  Cuando vemos esta imposición de manos en el Nuevo Testamento, como en el Antiguo Testamento, parece servir como una identificación pública, en la misma manera en que hoy solemos dar "la mano de asociación".  No se trata de una manera de comunicar alguna gracia espiritual, sino una manera de identificar a la persona a quien nos asociamos, o en quien reconocemos algún don en particular.  Puesto que Timoteo fue apartado para un ministerio público, por tanto un gesto público y visible era necesario para reconocer su ministerio públicamente.  René Pache nos hace notar que los primeros 120 discípulos en el día de Pentecostés no tuvieron a nadie para imponerles las manos, ni para que recibieran el Espíritu Santo, ni tampoco para que hablaran en lenguas.  Por tanto, aun si en algún caso Dios hubiera otorgado un don espiritual mientras se imponía las manos a alguien, es claro que no era una condición necesaria.

¿Se reciben dones espirituales como resultado de muchas oraciones?

            Tampoco vemos esto en el caso de los de la casa de Cornelio que recibieron el Espíritu y hablaron en lenguas y profetizaron, y los discípulos de Juan el Bautista que creyeron finalmente en el Señor en Éfeso.  Ni en un caso ni en otro hay indicio de que estas personas hubieran rebuscado algún don espiritual.  Al contrario, estas experiencias vinieron repentinamente, sin que las esperaran.

La respuesta final a nuestra pregunta se halla en 1 Corintios 12:7-11 "Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho.  Porque a éste es dada por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu;..... Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere" y en el v. 18 “mas ahora Dios ha colocado los miembros cada uno de ellos en el cuerpo, como él quiso.  Dios otorga los dones a los individuos de una manera soberana, y él pone a estos individuos en la iglesia local también conforme a sus propósitos soberanos.  No somos nosotros que decidimos qué don debemos conseguir, ni siquiera puede la iglesia o algún líder de la iglesia decidir cuál don un miembro debería tener.  Toda imposición por el estilo es ajeno a la Palabra de Dios, y usurpa la soberanía del Espíritu Santo.

            Podemos preguntar, también: ¿quién tiene dones en la iglesia? y ¿cuáles dones son más importantes?

            En cuanto a la pregunta de quién tiene dones en la Iglesia, la respuesta correcta sería: ¡todos!  En 1 Co. 12:7 leemos “Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho”.  En el contexto inmediato, antes y después, Pablo está hablando de la diversidad de operaciones y de la diversidad de dones.  En Efesios 4:7 leemos “Pero a cada uno de nosotros fue dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo”.  Y luego Pablo aplica el propósito de los dones que Dios dio a su iglesia.  Y Pedro dice “Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios” (1 P. 4:10).  Por tanto, queda claro que cada creyente ha recibido al menos un don.  Cómo definir estos dones puede ser difícil.  Igual sería difícil en muchos casos diferenciar un don de un talento natural. Pero si consideramos que nuestros talentos naturales nos han sido dados por Dios, entonces podemos considerar también que este talento, una vez consagrado a Dios, es un don espiritual.


                                                         LOS DONES-SEÑALES

Otra pregunta importante en cuanto a los dones es la siguiente:
Una señal que hubo en el tiempo apostólico, ¿no debería repetirse hoy, puesto que Dios no cambia?

                        “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos.” (Hebreos 13:8)
                        “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudan­za, ni sombra de variación.”
                        (Santiago 1:17).

            Dios no cambia; Jesucristo no cambia; el Espíritu Santo no cam­bia. Sin embargo, sus acciones pueden cambiar según las ne­cesi­dades. Por ejemplo, sabemos que Jesucristo se presentó una vez por todas como sacrificio por nuestros pecados. No tiene que repetir aquello ahora, la razón siendo precisamente que Dios no cambia. La mayoría de los evangélicos hoy, sino todos, están de acuerdo en que Dios, que no cambia, no da nuevos apóstoles a la iglesia hoy.  Una vez más es porque Dios no cambia. Ha dado Su última revelación en el Nuevo Testamento una vez por todas por medio de los apóstoles, y aquella revelación no cambia; no se añade nada. De la misma manera, las señales y las manifesta­ciones, tales como el don de lenguas, fueron dados para autenticar el Nuevo Pacto para con la nación judía. Esto se hizo (a pesar de que aquellos no creyeron);  no hay un nuevo mensaje hoy; en­tonces no hay razón por aquellas señales. Esto no impide que Dios haga prodigios hoy.  Pero no da señales.  Es decir, el propósito de los prodigios ya no es de hacer señales para autentificar el nuevo mensaje del evangelio a los judíos.  Y la señal del don de lenguas, dada de una manera indiscutible (muy distinta­mente de lo que pasa a menudo hoy) fue precisamente una señal, para su pueblo judío incrédulo.
    
                        “Porque los judíos piden señales, y los griegos buscan sabi­duría; pero nosotros predicamos a Cristo crucifica­do.”
                        (1 Corintios 1:22,23)
    
                        “Y apiñándose las multitudes, (Jesús) comenzó a decir: Esta generación es mala; demanda señal.”
                        (Lucas 11:29).

            Por esta razón leemos en 1 Co. 13:8-10  “El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará.  Porque en parte conocemos, y en parte profetizamos; mas cuando venga lo perfecto, entonces lo que es en parte se acabará”.  Este texto controvertido nos habla de cuatro cosas: el amor, las profecías, las lenguas, la ciencia, y lo perfecto.  En cuanto al amor, no hay dificultad: permanecerá, y no acabará.  No hay discusión sobre el amor.  En cuanto a "lo perfecto",  se ha sugerido que habla de la segunda venida de Cristo.  Sin embargo, no dice "el perfecto", como lo haría si se tratara de una persona.  (En el griego hay el artículo femenino, masculino, y neutro.  En este caso es neutro, implicando obligatoriamente una cosa impersonal).  Creo, por tanto, que no se trata de la persona de Jesucristo, sino de alguna cosa.  Ahora, "perfecto" significa "completo".  Si lo examinamos en su propio contexto, Pablo acaba de hablar de dos dones de revelación que son "en parte" y que "acabarán".  Estos acabarán cuando lo completo haya venido.  Se trata, pues, de los dones de revelaciones de profecía y ciencia, que acabarán cuando la revelación bíblica sea completa.  Esto es normal.  Si ahora hablamos de profecía y ciencia, no es en el sentido de nuevas revelaciones, sino en el sentido secundario, de hablar por parte de Dios, y tener la habilidad de conocer y entender las revelaciones bíblicas.  Es normal que los dones de revelación hayan acabado con el Nuevo Testamento completo.  En cuanto a las lenguas, dice que cesarán.  No dice cuándo, y la expresión "cesarán" implica que cesarán gradualmente, y no de un golpe.  Sin embargo, este don está relacionada en el texto con los dos dones de revelación.  Parece que el don de lenguas, manifestado en una manera indiscutible, sirvió de señal para apoyar los dos dones de revelación.  Una vez acabados éstos, ¿a qué iban a servir las lenguas?

            Por esta razón es difícil de entender el gran furor que hay en este siglo por el don de lenguas, que, como hemos dicho, parece manifestarse de una manera muy distinta de los tiempos novotestamentarios.   Se sugiere que hay, o que hubo, dos dones de lenguas (hasta René Pache apoya esta idea): un don de lenguas terrenales, dadas milagrosamente, y las lenguas de los ángeles, que es más bien un lenguaje extático, dada únicamente para alabanza.  Este segundo don, no lo veo en la Biblia.  En I Co. 13:1 leemos, “Si yo hablase lenguas humanas y angélicas”.  El uso del subjuntivo significa que no es una afirmación de que haya tales lenguas.  Los ángeles siempre se manifestaron en lenguas humanas.  Es una suposición para manifestar la supremacía del amor.  Tampoco afirma Pablo que haya ofrecido su cuerpo para ser quemado, aunque presenta este caso hipotético en el mismo pasaje.  Todas las demás cosas mencionadas en este pasaje son cosas que Pablo no experimentó.

            En 1 Corintios 14, se insiste en que el don de lenguas es un don que siempre necesita ser acompañado por el don de interpretación, porque es inútil si nadie lo entienda.  En la experiencia de Hechos 2, había judíos de muchas naciones que reconocieron y entendieron los idiomas de las naciones de donde venían.  Si no hubiera sido el caso, la acusación de que los discípulos estaban borrachos habría sido justificable.  Cuando Pablo dice “Tantas clases de idiomas hay, seguramente, en el mundo, y ninguno de ellos carece significado” (1 Co. 14:10), nos deja claro el hecho que en el don de lenguas (o don de idiomas), se trataba de idiomas de este mundo.

            Es importante, en este contexto, ver también el propósito de los dones espirituales.  “Así también vosotros; pues que anheláis dones espirituales, procurad abundar en ellos para edificación de la iglesia” (1 Co. 14:12).  El propósito del don no ha de ser de presentar un espectáculo, o de atraer la atención a sí mismo, sino de edificar la iglesia, y de atraer la atención sobre Cristo.  Nos queda a preguntar si el "don de lenguas" tal como está practicado hoy en día sirve para esto, o si se trata más bien del efecto contrario.  En cuanto a Pedro, dice del don que hemos recibido: “Minístrelo a otros”.  En otras palabras, debería servir para servir a otras personas.  No debe ser para excitarse a sí mismo, o servirse a sí mismo.

            Otro don que ha sido objeto de controversia en nuestro siglo es el don de sanidad.  Es interesante que en 1 Co. 12:9-10, Pablo hace la lista de dones, tratando cada uno en el singular, con una excepción: “a otro, dones de sanidades.  Parece que Pablo no veía el lugar del curandero cristiano moderno, que va por todas partes haciendo reuniones de sanidades.  Pero a ciertos hermanos, Dios les dio en varias ocasiones "dones de sanidades".  Parece que a cada vez que alguien fue sanado, era un don distinto.  Hay circunstancias hoy en día en que Dios sana a personas, en contradicción a todo pronóstico médico.  Personalmente, he visto al menos un caso innegable de esto.  Pero demasiadas veces, la "sanidad" es una operación de convencer al enfermo que está sanado, o parcialmente sanado.  Al principio de los días apostólicos, había sanidades que nadie podía contradecir.  No se trataba de jaquecas que "parecían mejorar mucho"; ni de dolores de espalda, sino de miembros del cuerpo inutilizables que fueron restaurados a plena salud.  Por otro lado, nunca se lee de un apóstol que llamara a la gente invitándoles a venir para ser sanados. Tampoco hizo Jesús tal cosa.  Pero hubo sanidades destacables.  En cuanto a la sanidad de enfermedades, ¿qué era la práctica recomendada a las iglesias?  La vemos en Santiago 5:14-16,

                        “¿Está alguno enfermo entre vosotros?  Llame a los ancianos de la iglesia, y oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor.   Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará; y si hubiere cometido pecados, le serán perdonados.   Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados.  La oración eficaz del justo puede mucho.”

            No dice que algún pastor o anciano debe llamar a los enfermos.  Al contrario, el enfermo debería tomar la iniciativa, llamando a los ancianos de la iglesia para que oren por él.  En cuanto al aceite, no creo que fuera un acto simbólico del Espíritu Santo como muchos dicen.  Me parece que Santiago se estaba refiriendo a los medios médicos vigentes en aquel entonces.  El aceite servía para aliviar el dolor de los músculos, bajar la fiebre, y mucho más.  En otras palabras, Santiago decía: “Sin dejar de utilizar los medios médicos que tenéis a mano, que los ancianos vengan a orar por el enfermo".  Si se respetara esta recomendación hoy en día, evitaríamos unos cuantos excesos:

1)         El exceso de menospreciar la medicina.
2)         El exceso del "curandero cristiano" que llama a los enfermos a él.
3)         El exceso que hace que los creyentes menosprecian su propia iglesia local para ir en busca de predicadores teniendo el supuesto don de sanidad.
4)         El exceso que hace que alguien tome la gloria para sí mismo que sólo pertenece a Dios.  El hecho de que sea el enfermo que llama a los ancianos, y que sean los ancianos, en vez de uno solo, ¡quita mucha gloria humana del asunto!

            También se habla de confesión de pecados los unos a los otros en el contexto.  Parece que la oración se hacía en el contexto de aconsejamiento pastoral, o lo que solemos llamar, de nuestros días, "cura de almas".  No todas, pero muchas enfermedades son causadas o agravadas por dificultades espirituales y emocio­nales.

¿Deberían sanarse todos los enfermos? 

            Pablo pidió tres veces que Dios le quitara un "aguijón en la carne"  pero el Señor le hizo saber que esa aflicción le mantenía débil para poder manifestar mejor el poder de Dios en su vida.  Por tanto, se quedó con el problema (2 Co. 12).  En otro momento Pablo habla de la debilidad de sus ojos.  En Filipenses 2:25-28  Pablo habla de Epafrodito que había estado enfermo, y que el fin de su enfermedad había estado en duda, pero que finalmente el Señor le había sanado.  En 2 Timoteo 4:20 Pablo comenta que había dejado a Trófimo en Mileto, enfermo.  Es claro, pues, que no todas las enfermedades se sanaban necesariamente.  De todos modos, si todos los creyentes fieles al Señor fueran sanados de todas sus enfermedades, ¡ninguno moriría, y quedarían con nosotros, hoy, personas del primer siglo!  Por tanto, es imprescindible que reconozcamos la soberanía de Dios en la enfermedad como en la sanidad.  ¡Que nunca seamos culpables de sugerir a un enfermo o a un lesionado que está todavía en estas condiciones porque no tiene fe, o que no es fiel al Señor!  Hay muchos consejos baratos que se dan entre creyentes, a veces.  ¡Haría más falta el ejercicio del don de misericordia!

            En cuanto a la profusión de dones-señales en los primeros días de la Iglesia, hemos tratado esta cuestión en la lección sobre el bautismo del Espíritu Santo.  Pero cabría que terminásemos esta sección con una referencia a Hebreos 2:3-4: “¿Cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande?  La cual, habiendo sido anunciada primeramente por el Señor, nos fue confirmada por los que oyeron,  testificando Dios juntamente con ellos, con señales y prodigios y diversos milagros y repartimientos del Espíritu Santo según su voluntad.”  Por un lado vemos cómo la profusión de dones señales apoyaba el testimonio apostólico inicial.  Por otro lado, vemos que el escritor de Hebreos ya está mirando hacia atrás en cuanto a las señales.  Si no implicaba que estas señales ya habían desaparecido, al menos quería decir que no estaban en tanta profusión como antes.  Y esto no parece molestarle, puesto que su importancia era para apoyar el testimonio inicial, y nada más.  Esto no demuestra que los dones señales hayan desaparecido hoy en día: no nos toca juzgar la veracidad de aquellos que dicen haber visto tales manifestaciones.  Pero sí demuestra que no han de estar necesariamente presentes, y que no hemos de preocuparnos por su ausencia.


                                               LOS DONES PARA EDIFICACIÓN

            En 1 Corintios 12:8-10, vemos en la lista de dones varios que no son necesariamente intencionados como señales.  Sirven más bien para la edificación de la iglesia local.  Vemos los dones siguientes: palabra de sabiduría, palabra de ciencia, fe, profecía, y discernimiento de espíritus.  Son sobrenaturales, tanto como las señales, pero tienen otro propósito.  En el versículo 28, vemos otra lista, en la cual vemos, además: apóstoles, maestros, los que ayudan, y los que administran.  Son nueve.  Y seguramente esta lista no es necesariamente completa.  De Romanos 12, donde no se encuentran dones-señales, podemos añadir: servicio (¿sería el mismo don que ayuda?), exhortación, repartir, presidir, y misericordia.  Esto hace 12, o 13 en todo.  Si las listas varían de un pasaje u otro, es seguramente porque Pablo quiso comunicar que la lista de dones no está cerrada.  Sin embargo, nos pueden dar una buena base para describir las varias maneras de servir en la Iglesia.  Antes de tratar de describir brevemente estos dones, miramos a la lista en Efesios 4:11.  Allí, los dones son más bien "dones-hombres".  Quiero decir que el Señor dio hombres a su iglesia: apóstoles, profetas, evangelistas, y pastores (maestros).  Los apóstoles y profetas han dejado de existir.  Es decir que la iglesia sigue sacando provecho de ellos, puesto que está edificada sobre la fundación de los apóstoles y los profetas.  Los dones de evangelista y pastor-maestro, sin embargo siguen existiendo.  El propósito de estos dones era “perfeccionar a los santos para la obra del ministerio”.  Es decir, estos dones, que implican cierto liderazgo en la iglesia, no eran los que hacían la obra del ministerio.  Servían para perfeccio­nar a otros, para que estos otros pudieran hacer la obra del ministerio.  De allí aprendemos dos cosas: Primero, el que tiene un don es, en sí mismo, un don de Dios a la iglesia de Cristo.  ¡Tú eres un regalo del Padre a Cristo para su Iglesia!  En segundo lugar, el don espiritual que tienes, particularmente si es uno de liderazgo, ha de servir para la formación de otros.  Es decir, has de reproducirte en otras vidas, no sólo en cuanto a tu salvación, sino también en cuanto a tu ministerio.  Si enseñas la Escuela dominical, por ejemplo, deberías estar formando a otro para hacerlo también.  Esto es utilizar los dones en una manera bíblica.

            Ahora, miremos a la lista de dones en más detalle:

Palabra de sabiduría: Hay personas que siempre tienen el consejo adecuado.  Generalmente estas no son las personas que van ofreciendo sus consejos siempre.  (El libro de Proverbios tiene algo que decir en cuanto a éstos).  Es muy útil tener al menos una de estas personas en el Consejo de la Iglesia.

Palabra de ciencia: Este don, en primer lugar, es un don de revelación, y ya no existe en este sentido, el Nuevo Testamento estando ya completo.  Sin embargo, puede existir en un sentido secundario.  Se trata de personas que tienen una comprensión clara y profunda de verdades bíblicas (¡Ojo! que no sea una comprensión extrabíblica).  Los teólogos de la iglesia serían personas con el don de ciencia (o conocimiento).

            No hay ninguna indicación bíblica de que esta "palabra ce ciencia" sea un especie de adivinación, como se suele practicar en algunos círculos: "El Señor me está diciendo que estás pasando por problemas maritales – o que tienes cáncer…"

Fe: Este don nos sorprende, porque sabemos que todos han de tener fe para ser salvos.  Parece, sin embargo, que hay personas que tienen un aspecto de fe en cuanto a ciertas cosas en particular.  Personas que siempre saben para qué hay que orar, con la profunda convicción interior que Dios otorgará la cosa pedida.  René Pache se refiere a la historia de George Müller como ejemplo de esto.

Profecía: Otro don de revelación, ya desaparecida por tener el Nuevo Testamento completo, se puede aplicar también al ministerio hoy en día de hablar por parte de Dios.  Es decir expresar la Palabra de Dios en voz alta.  Se podría referir, en este contexto, a la predicación.  Hay algunos, sin embargo, que ven este don como siendo una comprensión de las enseñanzas bíblicas sobre las cosas futuras.  No estoy convencido de que cabe con la etimología de la palabra.  Otra interpretación de este don es aquel ministerio de proclamación de la palabra en denuncia de los pecados en la iglesia o en el mundo, comparable al ministerio de los profetas del Antiguo Testamento.

Discernimiento de espíritus: De este don se oye poco en nuestras iglesias hoy en día.  Veo dos aspectos de esto.  El primero tendría que ver con las sectas y falsas doctrinas que proliferan hoy en día.  Algunos de estos errores son muy sutiles, y peligrosos.  Pero siendo sutiles, su peligro no parece en seguida, antes de haber causado mucho daño a la iglesia.  Los que tienen el discernimiento de los espíritus estarían capacitados para reconocer estos errores enseguida cuando aparecen, y poder explicar por qué son errores.  Otro aspecto de este don se referiría a la cuestión de las influencias espirituales malignas en las vidas.  No hay ninguna razón para creer que la posesión por espíritus malignos no exista hoy en día.  ¿Cómo saber la diferencia entre un caso de locura por causas físicas, como la esquizofrenia (un problema químico en el cerebro) o enfermeda­des glandulares, o por causas psicológicas, como el problema de personalidades múltiples, o por causas espirituales, como la posesión?  Un buen médico o un psicológico cristiano nos pueden ayudar, pero aun el psicológico cristiano puede equivocarse si no tiene el discernimiento de espíritus.

Apóstoles: Este don también ha desaparecido con la época apostólica: por definición eran personas que conocieron a Jesucristo en la carne.  Algunos suelen aplicarlo, hoy en día, sin embargo, al ministerio de misionero, puesto que "apóstol" significa "enviado".  En este sentido, Bernabé era apóstol de la iglesia.

Maestros: Aquí se trata del don de enseñanza.  Los pastores los necesitan para ejercer su ministerio.  Otros también, sin embargo, pueden tenerlo: los que enseñan en la escuela dominical, los que hacen el trabajo de discipulado.  Pero lo han de ejercer bajo la dirección de los pastores, puesto que cuando enseñan están ejerciendo un ministerio pastoral.  Es importante que esta enseñanza no sea estrictamente teórica.  Esto sería estéril.

Los que ayudan, o el don de servicio: ¿Cuánta necesidad hay de este don en la iglesia!  Son aquellos que siempre ven alguna necesidad en la iglesia, o de algún miembro, y saben ayudar, u organizar la ayuda.  Generalmente se trata de alguna ayuda material.  Personas que organizan las sillas, los himnarios, etc. o que ponen el cuño en los folletos evangelísticos sin que nadie les apremie a hacerlo.  Son aquellas personas que no sólo siempre están disponibles, sino que saben ayudar en una manera discreta, sin ser torpes.  También saben esperar hasta que les necesiten para algo.

Los que administran: Muchas iglesias han tenido graves problemas por una falta de buena administración.  Se trata de administrar los bienes, como administrar a las personas.  Este ministerio puede dividirse entre "papeleo" y liderazgo.  Saber cómo tratar a las personas para que cumplan lo que tienen que hacer, saber cambiar personas en las responsabilidades, en una manera que todo funcione bien sin discordia.  Saber también administrar las cosas para que se sepa siempre dónde está todo.  Un buen tesorero de iglesia que tiene un don de administración es una perla.  Es también importante para los diáconos que organizan la ayuda en la iglesia.

Exhortación: Esto significa ser de una ayuda espiritual, animando a la gente.  Cuando los creyentes se desaniman en su fe, en su servicio, por pereza, o por disgusto, o por sentimiento de inseguridad, el que exhorta puede ser de un valor inestimable.  Exhortar, pues, no es demostrar las faltas de las personas.  Exhortar significa animarles y consolarles, para que sigan adelante.

Repartir: Este don no es sólo para los ricos.  Personas muy humildes en cuanto a sus medios económicos han ejercido este don.  Implica dos cosas: saber administrar sus propios bienes en una manera que permite compartir más con otros y con la obra del Señor, y tener la generosidad para hacerlo.  En Romanos 12 se dice que el que reparte que lo haga con liberalidad.  La liberalidad es una cualidad; el repartir es un don, una habilidad que Dios ha dado.  Todos han de ser generosos; todos han de contribuir a la obra del Señor; pero algunos tienen el don para hacerlo bien.

Presidir: Aquí se podría tratar de saber presidir reuniones y actividades públicas.  Si se hace sin entusiasmo, y sin buena organización, toda la iglesia sufre de ello.  Es imprescindible que haya personas en la iglesia que sepan presidir bien las reuniones.  Esto de "presidir por turnos" es un error a menos que se haga simplemente hasta que se encuentre quien tenga el don de presidir.  El que preside puede hacer toda la diferencia al culto del domingo.  Un culto mal presidido puede aniquilar el efecto del mejor sermón, por ejemplo.  Y un culto bien presidido puede a veces compensar para el peor sermón.  El predicador, aun "profesional" no es necesariamente el que ejerce el don más importante en la iglesia. 
También puede tratarse de dirigir u organizar un grupo o comunidad de personas.

Misericordia: Hay personas que ven las necesidades de los individuos, que saben compadecer, y que dan la ayuda adecuada.  Es como aquél que tiene el don de ayuda, con el elemento psicológico añadido.  Junto con el don de exhortación puede servir para un consejero espiritual, es decir aquel que practica la "cura de almas".  Se han visto a centenares de personas que han seguido algún cursillo de "cura de almas" y todos se creen psicólogos, queriendo ejercer este ministerio en sus iglesias.  El resultado es un desastre, porque la mayoría no tienen sabiduría, ni el don de ayudas, ni la misericordia, y estos son imprescindibles para tal ministerio.

Evangelista: Este don, mencionado en el libro de Hechos (Felipe) y en la breve lista de Efesios 4:11, no se refiere a todos los que evangelizan.  Todos han de hacer la obra de evangelista.  Se refiere más bien a aquellos que tienen un don particular para evangelizar.  No tienen necesariamente un poder para ganar más almas que los demás, pero Dios les ha dado una habilidad de ser escuchado;  de poder reunir gente para escuchar las buenas nuevas de Jesucristo; de poder conseguir que una persona les escucha mientras explican el camino de salvación.  Dios da este don a muchos creyentes, por amor a aquellos que todavía no lo son.  Las personas que tienen este don deberían estar formando a otras para que ejercen el ministerio también.  Este don ejercido en el contexto de la iglesia local es generalmente mucho más eficaz que en otros contextos.  Conozco a dos hombres que tienen este don.  El primero parece tenerlo en una manera más "fuerte".  Éste dejó de ser pastor para ejercerlo.  Formó un equipo con músicos, yendo de una iglesia a otra, haciendo grandes reuniones públicas.  Ha tenido un ministerio útil.  El segundo, cuyo don no destaca tanto como en el caso del primero, también dejó de ser pastor de iglesia para concentrarse en el ejercicio de su don.  Pero no se hizo independiente de la iglesia en el ejercicio de su don. Forma parte del equipo pastoral de una iglesia local, siendo responsable para la organización de la evangelización en su iglesia.  Ha organizado muchas actividades, como, por ejemplo, "desayunos de esperanza".  Ha formado a muchos miembros de su iglesia local para que ellos hagan el trabajo de evangelizar.  Y están evangelizando.  Cuando otras iglesias le han pedido, su iglesia le ha "prestado" a aquellas iglesias durante una semana a la vez, y él va para formar a personas para evangelizar,  organiza actividades evangelísticas allí, y les muestra cómo pueden seguir.  Este hombre siempre tiene que dar cuentas al consejo de su propia iglesia local.  Este segundo hermano es menos conocido que el primero, su ministerio cuesta mucho menos, pero me parece que ha sido mucho más eficaz que el primero.  Y creo que la razón para su eficacia es que se somete a una iglesia local.  Este principio bíblico se aplica también a todos los demás dones.  Y es un principio difícil de seguir en Norteamérica donde el individualismo es tan premiado.

Pastor: En Efesios 4:11 este don está combinado con el don de maestro.  Es el don que habilita a una persona para alimentar la iglesia espiritualmente, y hacer, para la iglesia, todo lo que un pastor de ovejas hace a favor del rebaño: cuidar de cada uno, mantenerlos unidos, alimentarlos, o ayudarles a alimentarse a sí mismo, etc.  La enseñanza es una parte importante del ministerio pastoral, pero hay que repetir: la enseñanza debe ser práctica, y no sólo teórica.


LECCIÓN  XI  EL TESTIMONIO DEL ESPÍRITU SANTO


Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí (Jn. 15:26).  “Él me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber” (Jn. 16:14).  “Este es Jesucristo, que vino mediante agua y sangre; no mediante sangre solamente, sino mediante agua y sangre.  Y el Espíritu es el que da testimonio; porque el Espíritu es la verdad” (1 Jn. 5:6).  “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios” (Ro. 8:16).

            Vemos un cierto énfasis en el Nuevo Testamento sobre el testimonio del Espíritu Santo.  René Pache desarrolla esto bajo tres aspectos:

I           El testimonio que el Espíritu Santo da a Cristo.  “Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí” (Jn. 15:26).

II         El testimonio que los creyentes dan a Cristo.  “Y vosotros daréis testimonio también, porque habéis estado conmigo desde el principio” (Jn. 15:27).

III        La necesidad del poder del Espíritu Santo para dar testimonio a Cristo.  “Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hch. 1:8).


¿En qué manera da testimonio el Espíritu a Cristo? (¿para quién, y por qué medios?)
                                                                                                                                                 
                                                                                                                                                  
                                                                                                                                                 
                                                                                                                                                  


Explica la importancia del testimonio de los creyentes:
                                                                                                                                                  
                                                                                                                                                 
                                                                                                                                                  
                                                                                                                                                 
           

Describe, en tus propias palabras, la necesidad del Espíritu de Dios en cuanto a nuestro testimonio:
                                                                                                                                                 
                                                                                                                                                  
                                                                                                                                                
                                                                                                                                                   
                                                                                                                                                 
           
            Sabiendo que el ministerio del Espíritu Santo es dar testimonio para Cristo, entonces podemos sacar ciertas conclusiones:

1)         Si alguien pretende ser lleno del Espíritu, tenemos el derecho de esperar que la tendencia general de su vida será el de testificar de Cristo.  Una vida que no evangeliza en alguna manera no es una vida utilizada por el Espíritu Santo.

2)         Cuando el tema constante no es Cristo, hay que poner en duda que la fuente sea el Espíritu.  El Espíritu ha venido principalmente para orientarnos hacia Cristo, y nos habla más de Cristo que de sí mismo.  Hasta las mismas Escrituras que él ha inspirado centran su atención en Cristo.  “Escrudiñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí (Jn. 5:39).  Si el ministerio general de una persona es de hablar del Espíritu Santo, o hablar del anticristo, o hablar de los diez cuernos de la bestia, o de las sectas, entonces hay poca demostración de que su ministerio viene del Espíritu Santo.  Una persona puede tener alguna especializa­ción en alguno de estos temas, pero el Espíritu Santo hará que cualquier tema acabe centrándose en Cristo.  F.D. Brunner, en su libro A THEOLOGY OF THE HOLY SPIRIT, escribe:  "Las afirmaciones sobre el Paracleto en el Evangelio de Juan contienen el testimonio más concentrado de todo el Nuevo Testamento a la doctrina de la demostración del Espíritu Santo y sirven, por tanto, como un resumen útil.  Cuando se pone en orden las varias afirmaciones lo que se nota más es su cristocentricidad.  El Espíritu Santo parece tener, no sólo como centro, sino como circunferencia de su misión, el testimonio a Jesús".

3)         Podemos confiar en el Espíritu Santo para que él dé testimonio para Cristo.  Nosotros nos sentimos a veces impotentes para testificar por Cristo.  Nos preguntamos cómo describir a Cristo;  cómo hacer que sea real para los demás.  Sentimos que nuestras palabras son insuficientes para orientar a alguien hacia Jesucristo.  Pero no hemos de desanimarnos.  Que hagamos nuestra parte, y podemos estar seguros de que el Espíritu Santo dará testimonio también al espíritu de las personas.  No podemos forzar el asunto, sino esperar en paciencia hasta que el mismo Espíritu vaya demostrando la verdad de Cristo a sus corazones.  Podemos confiar también en la dirección del Espíritu Santo en nuestro testimonio verbal.  ¿Cuántas veces nos hemos sentido que no sabíamos qué podíamos decir en una oportunidad dada, pero en el momento oportuno el Espíritu Santo nos haya dada las palabras con convicción y confianza?

            “Por esta causa yo Pablo, prisionero de Jesucristo por vosotros los gentiles, si es que habéis oído de la administración de la gracia de Dios que me fue dada para con vosotros, que por revelación me fue declarado el misterio, como antes os lo he escrito brevemente, leyendo lo cual podéis entender cuál sea mi conocimiento en el misterio de Cristo, misterio que en otras generaciones no se dio a los hijos de los hombres, como ahora es revelado a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu:  que los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de la misma promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio, del cual yo fui hecho ministro por el don de la gracia de Dios que me ha sido dado según la operación de su poder.” (Ef. 3:1-7).

            El Espíritu Santo, al dar testimonio de Cristo, también reveló la verdad sobre el cuerpo de Cristo, la iglesia, el "misterio de Cristo".  Y esto es especialmente la revelación que pertenece al Nuevo Testamento, que no había antes de Pentecostés: la revelación sobre el cuerpo de Cristo, compuesto de judíos y de gentiles, y también el derramamiento de su poder para llevar a cabo la realización de esta revelación.  Nunca en el Antiguo Testamento se puede ver un derramamiento del Espíritu en que decenas de miles de judíos y gentiles acudían juntos al Señor en arrepentimiento, uniéndose en su servicio en un solo cuerpo.


            LECCIÓN XII   LA ORACIÓN POR EL ESPÍRITU SANTO[8]


Pero vosotros, amados, edificándoos sobre vuestra santísima fe, orando en el Espíritu Santo” (Judas 20).

Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles.  Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos.” (Ro. 8:26-27)


POR QUÉ ORAR: ES EL CAMINO DE LA COMUNICACIÓN CON DIOS

            A veces las personas oran con motivos equivocados.  Oran para conseguir algo, como un alivio emocional, un sentimiento de paz interior, en vez de orar para entrar en comunicación, en conversación, o en comunión, con el mismo Señor.  Las personas buscan más los dones que el Señor les puede dar, que buscar al Señor mismo.  A una persona, por ejemplo, que busca la paz interior, si le decimos que se puede encontrar la paz en el Señor, no le interesa.  Sólo quiere la paz.  No quiere saber nada del Señor.

            Ahora bien, el propósito de la oración es la comunicación con el Señor.  Y esto es el dominio del Espíritu Santo.  “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión (comunicación) del Espíritu Santo sean con todos vosotros. Amén.” (2 Co. 13:14).  Al mismo tiempo, sabemos que el único camino de comunión con Dios es por Jesucristo (Juan 14:6).  El propósito del Espíritu Santo, como lo hemos dicho antes, es de glorificar a Jesucristo.

            Si nos acercamos a Dios como a nuestro Padre, es por el Espíritu de Cristo que está en nosotros  “Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: “¡Abba, Padre!” (Gá. 4:6).  Y es esta relación de hijo-padre que es la base de nuestra vida de oración.  Si no la tuviéramos, orar sería equivalente a "probar nuestra suerte".


CÓMO ORAR:

            Hay que hacerlo conforme a las Escrituras

            Alguien me dijo una vez: “Tengo una vida espiritual, y oro mucho, pero no leo la Biblia:  eso de leer no me gusta mucho".  Es imposible tener una vida en el Espíritu sin meditar las Escrituras - si alguien no sepa leer, que escuche al menos.  Pero la Palabra de Dios, y el conocimiento de ella, es fundamental para tener una relación con Dios.  Querer orar mucho sin meditar la Palabra de Dios es querer hablarle mucho sin escucharle.  Sería como quitar el auricular del teléfono, y sólo utilizar el micrófono.  Hay personas que hacen "conversaciones"
así:  hablan, y siguen hablando, y aunque tu contestas y comentas lo que dicen, siguen hablando como si no hubieras dicho nada.  Esto demuestra una falta de educación, y por cierto no es comunicación.  ¿Pero no es verdad que muchos cristianos quieren hacer lo mismo con Dios? Piensan orar por el Espíritu de Dios, pero no se toman la molestia de saber qué es lo que Dios les dice a ellos mediante su Espíritu.

            Además, nuestras oraciones se basan en las promesas de la palabra de Dios, como vemos, por ejemplo, en 1 Jn. 5:14,15  “Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye.  Y si sabemos que él nos oye en cualquier cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos pedido”.  Pero, ¿cómo podemos saber lo que es conforme a su voluntad si no meditamos las Escrituras?  Me temo que mucha oración ni siquiera es oración.  Se trata de vanas repeticiones para oírse hablar.

            Con la ayuda del Espíritu Santo

            En realidad tenemos dos abogados: Jesucristo (1 Jn. 2:1), y el Espíritu Santo (Ro. 8:27).  El Espíritu Santo nos ayuda a saber qué pedir, y hasta él mismo pide en nuestro favor, cuando no nos sentimos capaces de orar, por la confusión mental que tenemos, o por sentirnos cargados de pena.  Supongo que todos hemos tenido, en algún momento dado, la sensación de que algo nos empujaba a orar por cierta cosa.  Y hemos orado, y visto cómo Dios obra.  Esto es la debilidad de limitarnos a "listas de oración".  Tales listas pueden ser de gran ayuda, pero hemos de evitar que sean exclusivas: que reemplacen la guía del Espíritu en nuestras oraciones.

            Con el entendimiento

            Pablo dice: “¿Qué, puesOraré con el espíritu, pero oraré también con el entendimiento” (1 Co. 14:15).  Uno no excluye al otro.  Pablo consideraba que era importante saber por qué oraba, puesto que la oración es nuestra responsabi­lidad, y sin embargo oraba en el Espíritu.  Es necesario orar con el entendi­miento si se ora conforme a las Escrituras.  El apóstol habló de esto en el contexto de sus comentarios sobre el don de lenguas, y las lenguas que se practicaban, aparentemente, en Corinto.

            La cuestión de orar "en lenguas":

            Muchas personas, hoy en día, en privado, practican lo que se suele llamar "orar en lenguas", y hablan de estas experiencias emocionales como siendo una verdadera bendición espiritual.  La pregunta que habríamos de hacer sobre esto es la siguiente: ¿Entienden lo que dicen?  Porque si hemos de orar conforme a las Escrituras, es muy importante que sepamos lo que decimos.  Si no, ¿cómo sabremos que oramos en una manera bíblica?  ¿Cómo sabremos que estamos orando verdadera­mente en el Espíritu?  El sentimiento que tenemos no es ninguna base para asegurarnos que oramos conforme a las Escrituras.  Todos sabemos que nuestros sentimientos nos hacen trampas fácilmente.  Es necesario saber.  Y si no sabes lo que dices cuando estás orando, ¿cómo sabes que no estás diciendo blasfemias, o tonterías?  Tu sentimiento agradable, o piadoso, no te puede asegurar que estés orando bien.  Pablo nos dice en 1 Tesalonicenses 5:21, “Examinadlo todo”.  Para examinar lo que yo, o lo que otro, dice, es necesario que lo entendamos.  Aún más claro es lo que dice el apóstol Juan en 1 Jn. 4:1-2  “Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios;  porque muchos falsos profetas han salido por el mundo.  En esto conoced el Espíritu de Dios: Todo Espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios...”.  Se prueba a los espíritus según lo que dicen.  Si no sabemos lo que dicen, es imposible probarlos.  Es bastante claro en 1 Co. 14:14, que Pablo no habla del Espíritu Santo, porque dice “Porque si yo oro en lengua desconocida, mi espíritu ora, pero mi entendimiento queda sin fruto.  "Mi espíritu"  no es el "espíritu de Dios".  Y si fuera del Espíritu de Dios produciría fruto.  El hablar en lenguas fue un verdadero don de Dios para autentificar la primera revelación del Evangelio, como lo hemos visto.  Orar en lenguas, sin embargo, es extraño a las Escrituras, y no es algo que Pablo incluye entre los dones de Dios.  Cuando Pablo habla de "mi espíritu" da la impresión que muy a menudo, se trata de una experiencia psicológica.  Se ha sugerido que a veces en ciertos casos el hecho de dejar ir la lengua, puede ser una experiencia de "liberación" psicológica, con un verdadero valor terapéutico.  Pero no habría que confundirlo con el don de lenguas, porque el don de lenguas es algo que se interpreta.  Los judíos que venían de muchos países en Hechos 2 pudieron interpretar las lenguas, porque las conocían de los países de donde venían.  En 1 Corintios 14:13, Pablo dice que “el que habla en lengua extraña, pida en oración poder interpretarla”.  Es aún más categórico en el v. 28, al decir: “Y si no hay intérprete, calle en la iglesia, y hable para sí mismo y para Dios”.  El murmurar o hablar "en lenguas" en la iglesia, de manera que nadie entienda lo que decían, estaba prohibido en la iglesia.  Es una distracción;  llama la atención sobre sí mismo, y no edifica a nadie.  Pablo estaba consciente, también, de que en ciertos cultos paganos en Corinto, se practicaba también este hablar en lenguas.  Sin juzgar si individual­mente estas lenguas de los cristianos eran de Dios o no, hizo todo para disuadir la práctica de lenguas.

            Se ha sugerido que Romanos 8:26 habla de orar en lenguas  “Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles”.  La única razón por la que se dice es que habla de que “el Espíritu nos ayuda”, lo que no demuestra nada.  Lo que sí demuestra que no se trata de orar en lenguas, es que dice que lo hace con “gemidos indecibles”.  La palabra "alaletos" en griego, traducido "indecibles", significa literalmente: "sin palabras, sin emitir sonidos".  Si se trata de "sin palabras" no pueden ser más palabras "en lenguas".  Si se trata de "sin emitir sonidos", pues es aún más fuerte.

            Alguien preguntará: ¿¡Qué dices!?  ¿Que las lenguas no son del Espíritu Dios, sino de espíritus inmundos?  No es eso lo que decimos. Aunque no se puede descartar actividades espirituales en ciertos casos, me parece que generalmente es una experiencia psicológica, y como hemos dicho antes, hasta podría tener cierto valor terapéutico en algunos casos, como dicen los psicólogos.  Pero es triste que muchos cristianos, pensando que están orando en lenguas, es decir en espíritu sin el entendimiento (lo que Pablo definitivamente quiso disuadir), a veces descuiden la vida de oración por eso.  Se satisfacen con pasar mucho tiempo "hablando en lenguas" y no han tenido un tiempo de comunión con Dios.  En aquel entonces la práctica de "orar en lenguas" tiene el efecto contrario a lo que es intencionado.

            De todos modos, esto de "orar en lenguas" no debería ser un punto de división entre los cristianos, si se puede respetar el orden en la iglesia local, siguiendo los principios que Pablo puso en 1 Corintios 14.


            CONFIANZA, Y TEMAS DE ORACIÓN

            Como lo hemos dicho ya, Dios contesta a las oraciones hechas en el nombre del Hijo, las oraciones basadas en la Palabra de Dios.  El Espíritu Santo nos empuja a reclamar las promesas de Dios en su Palabra.  Él nos infunde la confianza para orar, y en nuestra comunión íntima con Dios, es decir nuestro andar en el Espíritu, podemos orar sabiendo que él nos escucha.  No sólo que nos da la fe en lo revelado, pero a veces nos da la confianza para pedir ciertas cosas que no están específicamente prometidas en su Palabra.  Recuerdo un momento cuando estaba en Palma de Mallorca, en que disfrutaba de una comunión muy íntima con el Señor, leyendo su Palabra, llegué al texto: “Si permanecéis en mí (eso es comunión), y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho” (Jn. 15:7).  Tuve la impresión de que el Espíritu de Dios estaba dirigiendo mi atención en una manera especial a aquel texto.  Dije, en voz alta: “¿Qué quieres decirme, Señor?"  Y tuve la impresión que me decía: “Pues aquí, te digo: pide lo que quieres.  “¿Qué es lo que más quieres?"  Dije: “Que se salven almas".  "Pues pídame algo específico".  Entonces, dije: “Señor, sabes que este domingo por la tarde haremos un esfuerzo evangelístico especial.  A menudo, cuando hacemos esto, no viene nadie, o no pasa nada.  Te pido que esta vez haya algunos inconversos presentes, y que haya al menos una conversión en la reunión".  Mi corazón se llenó de una confianza tremenda de que había estado orando en asociación con el Espíritu Santo.  Aquel viernes, en una reunión de oración unida entre las iglesias, mencioné esta petición a las otras iglesias para que se juntasen con nosotros en esta oración.  El domingo, vinieron tres inconversos.  Prediqué y hice un llamamiento a la conversión.  Lo hice de todo corazón y con toda confianza.  Nadie se adelantó.  Fui a casa después, con asombro en mi mente: ¡Había estado tan seguro que algo pasaría! Poco después de que llegué a casa, sonó el teléfono: una chica que había asistido al culto quería venir a vernos en casa.  La fui a buscar, y ella nos contó cómo había entregado su corazón al Señor durante el culto.   No pretendo que tenía una revelación de lo que el Señor haría.  Sólo digo que el Espíritu me dio una confianza especial en mi oración, y que el tiempo demostró que en realidad esta confianza venía del Espíritu.  Si yo hubiera hecho una predicción de antemano, que se cumpliera, eso no habría dado gloria a Dios: habría llamado la atención a mi propia persona.  Y si no se hubiera cumplido habría sido vergonzoso.  Hay que diferenciar entre confianza en oración y predicciones.  Don Wilfrid Wellington, en su libro EL ESPÍRITU DE VERDAD EN LA IGLESIA,  nos llama a la atención lo que dice el Salmo 25:15  “La comunión íntima del Señor es con los que le temen, y a ellos hará conocer su pacto”.  Dice que si andamos con él, en comunión con él, lo que significa andar en el Espíritu, él aclara nuestros pensamientos y nuestras ideas en cuanto a las personas y las cosas por las cuales deberíamos orar.

            Para enriquecer nuestra vida de oración, pues, habríamos que "andar por el Espíritu".  Habríamos que andar en una comunión íntima con el Señor.  Entonces, oraremos en el Espíritu, aunque sea con entendimiento.


LECCIÓN XIII   EL ESPÍRITU SANTO Y LA MÚSICA


                                                                  Efesios 5:18-20

"No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu,
hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones;
dando siempre gracias por todo al Dios y Padre, en nombre de nuestro Señor Jesucristo."

Es mucho lo que se puede descubrir en la Biblia sobre el tema de la música.  No es un tema que suele incluirse en un estudio sobre el Espíritu Santo, pero me parece que aquello es un error.  Este texto clásico en Efesios, sobre la plenitud del Espíritu, vincula estrechamente aquella plenitud con la música.  Sin ser conocedor de la música en sí, puedo conocer lo que dicen las Escrituras sobre el tema.  He visto en mi experiencia también cómo la música ha servido para el diablo, y como ha servido para el Señor.  Es un don precioso que Dios nos dio, que puede servir para el bien o para el mal, según nuestros corazones.  En este texto, como en muchos más textos de la Biblia, se nos insista en que hagamos uso de la música para desarrollar nuestra relación con el Señor.  Por lo tanto todo creyente que quiere vivir la vida cristiana plenamente tiene interés en desarrollar el aspecto "músico" de su vida.

I.                 La música es un vehículo para que obre el Espíritu Santo en nosotros (Ef. 5:18-20)
i.                   Es interesante que en el único texto que nos da como mandamiento de ser lleno del Espíritu Santo, el canto tiene una gran importancia.
ii.                 Hay tres formas de canto aquí: "salmos", "himnos", y "cánticos espirituales".  "Salmos" se refiere generalmente a algo cantado acompañado de instrumentos de música;  "Himnos"  implica la alabanza directa hacia Dios;  "cánticos espirituales" implica líricos, en este caso, especificando temas espirituales (¿nuestros coros modernos?)
iii.               Es importante notar que se trata de cantar y alabar “al Señor”.  (La palabra "alabar" es "hacer melodía en vuestros corazones").
iv.               "Sed llenos del Espíritu, hablando entre vosotros con salmos..."  es una misma frase. Según su forma gramática, implica que la segunda parte es el medio de conseguir la primera.  No se trata de llorar, pedir, insistir, ¡¡sino de alabar, cantando con música!!
v.                 Bien se puede decir con el salmista: “Bueno es alabarte, oh Señor, Y cantar salmos a tu nombre, oh Altísimo” (92:1)

II.              La música es una manera de exhortarnos (animar) mutuamente (Col. 3:16)  “exhortándoos unos a otros..., cantando
i.                   Así uno se anima a sí mismo (en vuestros corazones) como a los demás.
ii.                 Las tres clases de canto son mencionados aquí también.
iii.               Ejemplos de salmos que animan:
à                     Salmo 23 el buen Pastor que acompaña, fortalece, y infunde valor
à                     Salmo 31 que nos anima a confiar
à                     Salmo 32 y 51 que nos anima a confesar y recibir el perdón de Dios
à                     Salmo 45 que nos empuja a admirar al Rey celestial
à                     Salmo 103  el Padre que perdona y que tiene compasión
III.                       Ejemplos de himnos que animan: (En el "Himnario de las Iglesias Evangélicas de España")
à                     111 "Me gozo en Jesús"
à                     143 "Oh Cristo tu ayuda" que anima a buscar la ayuda de Cristo
à                     176  "Dulce oración, dulce oración" que nos anima a acercarnos a Dios en oración.
à                     340 "A combatir!  Resuena la potente voz"  que anima en el combate espiritual
à                     366 "Cuando tempestades surgen alredor"  que nos anima a contar nuestras bendiciones
à                     395 "Cuando suene la trompeta" y 400 "No sé cuando será que mi Rey he de ver", que nos animan a esperar la vuelta del Señor y la promesa de la eternidad con él, etc.
IV.                       Ejemplos de coros (cánticos espirituales) que animan: (de "Cantando con Gracia")
à                     "Aunque la higuera.." nos anima a poner nuestro deleite en el Señor
à                     14 "Clama a mí y yo te responderé"
à                     74 "Hemos venido a este lugar" nos anima a fijar nuestros ojos en el Señor y adorarle.
V.                          Pero no se trata sólo de la letra de estos himnos, sino de su música:  su misma música participa en el trabajo espiritual que se lleva a cabo en nuestros corazones;  ayuda al sentido de las palabras a entrar en nosotros. 
i.                   Cuando cantas himnos y coros en casa y en la iglesia, te animas, y animas a los demás.

VI.           La música es un medio de enseñanza (Col. 3:16) “enseñándoos... unos a otros..., cantando con gracia en vuestros corazones...”
i.                   Ejemplos de salmos que enseñan
à                     19 y 119 sobre la Palabra de Dios (bibliología)
à                     89 sobre las misericordias del Señor
à                     139 sobre la omnipresencia y omnisciencia de Dios
VII.                    Ejemplos de himnos que enseñan:
à                     59 "¡Cristo vive!" 
à                     60 "Del sepulcro tenebroso" la resurrec­ción etc.
à                     78  "Dime la antigua historia" la historia de la salvación
à                     183 "Santa Biblia para mí" la Palabra de Dios
à                     290 "Sólo tu preciosa sangre" la salvación
à                     327 "Por mis pecados pagaste Jesús" salvación, Cristología
à                     379 "Cumpliendo tu mandato" bautismo
à                      474 "De la Iglesia el fundamento" la iglesia
VIII.                 Ejemplos de coros que enseñan:
à                     92 "Mansión gloriosa tengo yo en el cielo" nuestra esperanza futura
à                     95 "Me hirió el pecado" la salvación
à                     104 "Estaban Pedro y Juan" historia bíblica etc.
IX.                       Siempre hay lagunas en la enseñanza.  A veces un creyente no está presente cuando ciertas cosas se enseñan.  A veces el que enseña no menciona ciertas cosas.  A veces un creyente no coja ciertas verdades enseguida, o las olvida.  La enseñanza a través de la música ayuda a compensar en todos estos casos, además de fortalecer lo que sí ha sido captado.
i.                   Quien canta mucho generalmente conoce bastante de la Palabra de Dios, las doctrinas importantes, y la vida cristiana.

X.              La música complace al Señor “Cantad al Señor cántico nuevo...alaben su nombre con danza; con pandera y arpa a él canten. Porque el Señor tiene contentamiento en su pueblo” (Sal. 149:1-4)
i.                   Es obediencia, primero, puesto que la Palabra de Dios nos exhorta continuamente a hacerlo
ii.                 Dios es un ser personal que puede complacerse de ciertas cosas.  El disfruta de nuestro gozo.

XI.           La música es una manera de alabar al Señor, cambiando así nuestras actitudes (Sal. 147:1; 150)
i.                   La música está asociada a la alabanza en la Palabra de Dios
ii.                 La alabanza es hablar positivamente de Dios
iii.               La música hasta participa en las batallas espirituales contra espíritus malignos, como en el caso de Saúl, con la música de David. (1 S. 16:23).
iv.               Nuestras depresiones espirituales vienen de una mentalidad negativa.  La alabanza es el antídoto.
v.                 Por lo tanto, la música nos ayudará a impedir la depresión.

            Así vemos la importancia de la música.  Cuando cantas y haces música espiritual solo, te ayudas a ti mismo espiritualmente.  Cuando lo haces de una manera espontánea en casa, ayudas a tus compañeros y a tu familia.  Cuando lo haces en la iglesia, y desarrollas tu capacidad música allí, te ayudas a ti mismo y haces una valiosa contribución a toda la familia de Dios. 

UNA ADVERTENCIA

            Al hablar del Espíritu Santo, recordamos también la existencia de otros espíritus, que no sean nada santos, sino malignos.  Si la música puede servir para fomentar la espiritualidad en el sentido positivo, seguramente puede hacer lo mismo en el sentido negativo.  Las sociedades paganas siempre han hecho uso de ciertas clases de música en sus ritos diabólicos, en que personas llegan a ser poseído por espíritus.  Mucho de la música “moderna” está basado en esta misma clase de música, y da escalofríos leer las palabras de muchos artistas de esa clase de música hoy en día.  Muchos pretenden estar mezclado en el ocultismo, y dedican sus palabras a la inmoralidad, y al diablo.  Esa música tiene un ritmo hipnotizador, y sirve hoy en día también en los rituales de muchas sectas modernas.  Por lo tanto, si la música en sí es bueno, y bíblicamente la vemos vinculada a la espiritualidad, puede ser también peligrosa si hacemos mal uso de ella.



                      LECCIÓN XIV    EL ESPÍRITU SANTO Y EL FUTURO

            René Pache, siguiendo la interpretación de Romanos 11:26 que todos los judíos se convertirán a Cristo, dedica un capítulo a "El Espíritu Santo y Israel".  Otros interpretan este texto como significando: “Y así todo Israel será salvo".  Es decir que "cuando haya entrado la plenitud de los gentiles", esto sería justamente el "todo Israel", el Israel según el Espíritu, conforme a lo que dice Pablo en la misma epístola: “Pues no es judío el que lo es exteriormente, ni es la circuncisión la que se hace exterior­mente en la carne; sino que es judío el que lo es en lo interior, y la circuncisión es la del corazón, en espíritu, no en letra; la alabanza del cual no viene de los hombres, sino de Dios” (Ro. 2:28-29).  En otras palabras, según esta interpretación, la entrada en la gracia de la plenitud de los gentiles será justamente el cumplimiento de Israel, y que no se trataría de la conversión de todos los judíos según la carne.  Esta interpretación se apoya también en textos como:

                        “Por tanto, acordaos que en otro tiempo voso­tros, los gentiles en cuanto a la carne, erais llamados incircun­cisión por la llamada circun­cisión hecha con mano en la carne.  En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo.  Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo...  Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios” (Ef. 2:11-13, 19).

            El pueblo evangélico está dividido en dos en cuanto a la interpretación de estos textos, y no seguiremos con el tema en este estudio.  Sólo que sea en una manera u otra, es el Espíritu Santo que hará la obra de conversión.  Es tanto él que atraería a los judíos a Cristo como los gentiles, tanto él que hará que "todo Israel será salvo" hablando del pueblo judío, o hablando de la Iglesia.  Por tanto, cómo entendemos el futuro de Israel no influye en ninguna manera en cómo vemos la obra del Espíritu Santo.  Una cosa es clara: que en cualquier época, alguien que se convierta a Cristo lo hace bajo la influencia del Espíritu Santo.  Por tanto, dejaremos este aspecto del tema, y miraremos cómo interviene el Espíritu Santo en nuestro futuro personal.



LA RESURRECCIÓN

            En Romanos 1:4, vemos el papel del Espíritu Santo en la resurrección de Cristo “que fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos”.  La resurrección física, pues, de Cristo, fue obra del Espíritu, como lo hemos visto en la lección sobre la obra del Espíritu Santo antes de Pentecostés, en que vimos que en todo, Jesús dependió del Espíritu Santo.  No ha de sorprendernos, pues, que el Espíritu Santo sea quien resucitará nuestros cuerpos también.

            “Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Cristo Jesús mora vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros (Ro. 8:11).  Vemos la participación de toda la Trinidad aquí, como en todo lo demás.  Dios Padre resucitó a Dios Hijo, pero por medio de Dios Espíritu que lo hizo.  Y es por este mismo Espíritu que nosotros también seremos resucitados.  La visión de Ezequiel en el valle de los huesos secos (Ez. 37) describe cómo el Espíritu atrae juntos los huesos secos, les pone de pie, les cubre de carne, y les da vida,.  Esta visión, según el v.11 tiene una interpretación simbólica.  Sin embargo, es un ejemplo de cómo la vida física está devuelto a un hombre por el Espíritu Santo.  No hay que pensar que nuestras mismas moléculas volverán juntas para formar nuestros cuerpos resucitados.  Dios no está limitado a esto.  Hay que recordar que nuestro verdadero "yo" no es un cuerpo físico: somos básicamente espíritu.  Lo físico es nuestro "tabernáculo terrenal".  Y sería absurdo creer que Dios tuviera que volver a juntar las mismas moléculas de nuestro cuerpo.  Absurdo por al menos dos razones:

1)         Nuestros cuerpos descompuestos habrán servido para engrasar la tierra, produciendo las plantas, y sirviendo de alimento de animales y otras personas.  Nuestras moléculas, pues, pertene­cen igualmente a muchas otras personas.  ¿A quién, pues, pertenecerán en la resurrección?  Como Jesús dijo sobre la cuestión de matrimonio en el cielo (sobre a quién pertene­cerá, en la resurrección, la mujer que haya enviudado, teniendo por tanto más de un marido): “Erráis, ignorando las Escrituras y el poder de Dios” (Mt. 22:29).

2)         Con la muerte y renovación continua de las células de nuestro cuerpo, a cada cuantos años, nuestro cuerpo físico se renueva completamente.  Por tanto el cuerpo físico de un adulto no tiene las mismas células que el cuerpo de la misma persona cuando era niño.  No es sólo en la muerte física, pues, que las células de una persona desaparecen y cambian.

Por tanto, no hay ninguna diferencia para el cristiano, en cuanto a su resurrección, si está sepultado debajo de la tierra, dejado intacto en un mausoleo como el cuerpo de Lenin, echado al mar, o incinerado.

            En cuanto al estado del creyente entre su muerte física y la resurrección, Jesús dice “De cierto de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” (Jn. 5:24).  Para el creyente, ya no hay muerte.  Por tanto, cuando su cuerpo muera, su Espíritu, regenerado ya por el Espíritu Santo, seguirá vivo.  Y nuestra persona, hemos de recordar, es básicamente espíritu, y no cuerpo


EL ESPÍRITU SANTO EN LA ETERNIDAD

                        René Pache resalta el hecho que nosotros sólo tenemos "las primicias del Espíritu" (Ro. 8:23), las "arras", o la garantía de nuestra redención (2 Co. 1:22).  Implica que no tenemos ni idea todavía de las bendiciones eternas que nos esperan.  Y parece bastante clara que el Espíritu Santo seguirá siendo el medio por el cual estas bendiciones serán otorgadas.

                        Es el Espíritu Santo que hará que seamos "semejante a él" (1 Jn.3:2).  La obra del Espíritu que nos está transformando ahora (Ef. 3:16-17; 4:12-13) será perfectamente acabada en la eternidad, "plenamente capaces de comprender... llenos de toda la plenitud de Dios" (Ef. 3:18-19).  No podemos describir aquí lo que será, puesto que hará "mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos" (Ef. 3:20).  El apóstol Juan dice "...aún no se ha manifestado lo que hemos de ser" (1 Jn. 3:2).


BIBLIOGRAFÍA







Berkhof, Systematic Theology  Pub:  Wm. B. Eerdmans Publishing Company, Grand Rapids, Michigan

Brunner, F.D. A Theology of the Holy Spirit

Hodge, Charles  Teología Sistemática   Pub: CLIE Terrassa, 1991


Martin, Walter  The Kingdom of the Cults  Pub: Bethany Fellowship, Inc.  Minneapolis, USA 1969

Pache, René  La Persona Y Obra Del Espíritu Santo  Pub: CLIE